Consulta la portada de El Norte de Castilla

Qué Navidades las pasadas. Qué soledad, qué lecturas, qué estar sin los míos. Más de diez días leyendo, en la sonora soledad, que decía el poeta. Con el televisor apagado y sin ni siquiera bajar a la gasolinera, que había provisiones en el congelador y, ... a partir de los 30, las navidades son un ir caminando hacia el olvido. Fue un confinamiento voluntario sin virus, quizá porque mis amigos, los más sociables, estaban en cuarentena, y tampoco era plan de molestarlos haciendo pan en vídeollamada.

Publicidad

Las de 2021 han salido unas navidades como todas o ninguna, con el bicho disparado pero atenuado. Atenuado por la Ciencia y el Sentido Común. Pero yo sé que aluciné; que empecé a memorizar fragmentos del Platero de Juan Ramón y quedé loco. A mi perro Lupo le dije que más allá del palomar había un campo de violetas, y que se veía el mar, y que Dios era azul y que quizá anduviese por allí Chapu Apaolaza surfeando.

La combustión, mala, de las ramas genera un algo que te deja medio gagá. El carbón estaba apagado y yo seguía allí, con mi distorsión mental y la manta a cuadros escoceses. Llamaban a felicitarme y contestaba con monosílabos. Viví una vida que no es la mía, un festín lisérgico sin ácidos: solo con lo leído y lo dormido. No me llevaron duendes a no sé dónde, pero tampoco me hubiera opuesto. Una Navidad rara y distópica que no le recomiendo a nadie.

Ya habrá tiempo para otros asuntos y para otros quehaceres. En esta Navidad, los idos míos se me han aparecido más vivos que nunca y tuve algo parecido a la sensación del más calmo miedo. Paz y frío. A la vez.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad