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Sesiones de bergantes y pícaros congresuales: «Empezamos a ver la luz al final del túnel», ha dicho el presidente Sánchez en su comparecencia del pasado miércoles, antes de llamar «fiestas del afecto» a las Navidades –que a este paso van camino de convertirse en pecado ... nacional y enguirnaldado–, cariño del que precisamente no abunda mucho en el Ejecutivo. Los 'calviñistas', como buenos socialdemócratas, no quieren reforma laboral y sí rebajar las pensiones, y los de Iglesias quieren agenda social (subida del salario mínimo, decreto antidesahucios o que no les corten la luz a los pobres), amén de la III República, aprovechando los sobresaltos financieros que nos viene dando el rey emérito, quien, cansado de hacer castillos en la arena de Abu Dabi, quiere volver a Casa Real por Navidad.

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Iglesias sabe que su supervivencia pequeñoburguesa pasa por diferenciarse del sanchismo. Mientras, el pueblo se prepara para milagrearse los festejos, ahora del afecto: con la nueva jerigonza hay familias que ya no saben si son allegados, unidad de convivencia, burbuja freixenet o la última cola del hambre de esta nueva (a)normalidad, que parece que ha venido para quedarse. Hasta el ministro Illa ha anunciado que los Reyes Magos traerán 140 millones de vacunas, de modo que en esto de los regalos farmacéuticos se ve bien en algunos aquello que decía Mallarmé de que «la carne es triste, ¡ay!». A la espera del siguiente esoterismo del Gobierno, feliz Navidad a todos los lectores y paz a los hombres de buena voluntad.

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