Luis Crespo

Navegar por la ciudad

«Aunque se piense lo contrario, nadie siente el ansia de navegar como lo vive un rústico pucelano. Y esto no lo digo guiado por la geografía sino fiado por los sueños de muchos ciudadanos»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 11 de septiembre 2020, 07:38

En una ciudad de secano, como la nuestra, hablar de navegación resulta extraño. Sin embargo, puedo aportar la experiencia de dos viajes que permiten abrigar la sospecha sobre una afición secreta de los vallisoletanos.

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El primero se remonta a la infancia y a un domingo ... cualquiera. Una cuerda de niños esperaba impaciente a que El Catarro abriera la puerta de su barcaza. Una vez acomodados, el piloto enfilaba una singladura fantástica que recorría el estanque del Campo Grande como si fuera un mar proceloso donde fuera difícil alejarse de la escollera y echar el ancla. Durante la corta singladura, daba tiempo para bordear dos islas salvajes y asomarse de perfil a la gruta de los piratas. El viaje concluía siempre, antes de atracar, con una admonición inquietante del barquero que ponía a prueba nuestro valor y nos desconcertaba: «Niños, si el barco se va a pique agarraros de las orejas para no ahogaros». Dos reales, costaba este viaje iniciático por las aguas, que, con otros dos para barquillos, completaban la peseta de propina que nos adiestraba para la futura vida de asalariados y de víctimas afortunadas del capitalismo.

La segunda travesía es más reciente. Se inició hace unos años, en 2003, cuando un grupo de emprendedores decidió botar un barco de palas, bautizado como «Leyenda del Pisuerga», para ir y volver desde la playa de las Moreras hasta el barrio de La Flecha. Esto no lo esperaba la ciudad. Un barco de buen porte, con un perfil semejante a los que cargados de pasajeros surcan el río Misisipi, estaba amarrado junto a la playa y admitía viajeros.

Desde el punto de vista estético el barco es impecable, y apenas habrá visitantes que al verlo le pongan algún pero. Salvó quizá uno: que no está hecho a escala. El Misisipi es un río enorme, el cuarto del mundo, capaz de acreditar a la altura de San Luis un caudal medio de 5.150 metros cúbicos por segundo, frente a los 30 de nuestro humilde Pisuerga a su paso por la ciudad. El barco no guarda proporción y por su tamaño parece subirse a la orilla, pasar de milagro bajo los puentes y seguir un trayecto delineado para no embarrancar.

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Gracias a su cubierta, su salón y sus pasillos bajo la borda, los 113 navegantes que anuncia su aforo pueden recorrer la Luisiana y disfrutar, ya de adultos, de los relatos de Mark Twain, casi como cuando de niños revivían con el Catarro las aventuras de Sandokán por los templos de Yakarta.

A los amantes del mar les agrada repetir que «vivir no es necesario, pero navegar sí». Sin embargo, está frase, que Plutarco puso en boca de Pompeyo durante los preparativos de una batalla, parece mucho más apropiada de entender para los habitantes de Valladolid que para los vecinos de la costa. Aunque se piense lo contrario, nadie siente el ansia de navegar como lo vive un rústico pucelano. Y esto no lo digo guiado por la geografía sino fiado por los sueños de muchos ciudadanos.

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