Se habla mucho –últimamente– de la «ola verde» que recorre Europa y que habría de traducirse en unas políticas cada vez más ecológicas. Mientras en Alemania , 'Die Grünen', hasta atisban alguna opción de gobernar, en España hay un partido –el liderado por Íñigo Errejón– ... que, tras otros intentos en el mismo sentido, aspira a identificarse con esa corriente. A favor de éste, juega la frescura y autenticidad que aún no han perdido quienes lo representan –e integran sus caras conocidas–, aunque en contra sigue pesando la dificultad de Más Madrid para llegar a ser verdaderamente Más País, que ya se evidenció en las elecciones pasadas: es decir, para convertirse en una formación de implantación nacional.
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Lo cierto es que la superación de la falsa disyuntiva entre conservación y desarrollo, a que apuntan las tendencias más avanzadas de hoy en día, resultaría muy oportuna tanto a un nivel global como especialmente en algunas regiones concretas. Sobre todo, en aquéllas donde la biodiversidad –como ocurre en el caso de Castilla y León– es su mayor riqueza. Y en las cuales la economía sostenible se revela más como una prioridad que una elección. A ello, en efecto, abocan un sinfín de circunstancias condicionantes: la importancia y extensión del campo en el conjunto de la comunidad autónoma, la variedad de sus ecosistemas y, en consecuencia, de sus productos agroalimentarios, amén de las posibilidades turísticas o medioambientales; pero no menos determinante del futuro es la urgente necesidad de afrontar problemas como el envejecimiento y la despoblación.
Debiendo tenerse en cuenta que no se trata de aplicar en tales ejemplos el programa ultra- conservacionista del ecologismo más exacerbado; aquél que impulsa grandes y abstractas declaraciones con las que termina por inculparse de los abusos cometidos contra la naturaleza a la humanidad toda, e imponiendo leyes o prohibiciones de carácter planetario. Por el contrario, habría de potenciarse una planificación específica para cada área, que conjugue progreso y conocimientos o usos tradicionales, así como que detenga los hábitos esquilmadores. Pues constituye un error muy frecuente de los discursos radicales el oponer naturaleza a humanidad. Y lo es porque no debería responsabilizarse a la generalidad de las actividades humanas del daño que se pueda estar causando al medio natural. La culpa no responde a una suerte de pecado original del género humano que le conduciría a destruir irremisiblemente su entorno, sino a la degradación de éste que provoca una explotación indiscriminada de sus recursos. En resumen, el riesgo no estaría en cómo el hombre se comporta: el peligro para él y para el mundo procede más bien de un modo particular de entender la prosperidad o el enriquecimiento; de un modelo de crecimiento y consumo voraz, además de autodestructivo.
No obstante, la acusación general contra cualquier aproximación de los humanos hacia la naturaleza ignora algo transcendente: que en cantidad de ocasiones la convivencia de aquellos con lo que existe (y habita) en la Tierra ha domesticado para bien su funcionamiento e incluso puede haber favorecido su propia conservación. Puesto que, en los cientos de miles de años que nuestra especie lleva poblando este planeta, cada grupo de homínidos ha atesorado un cúmulo de saberes acerca del marco en que sobrevivía y establecido un orden de las cosas tan válido para sus fines como para el territorio circundante: una inequívoca armonía con el ámbito ocupado que es el fruto de sensatas regulaciones nacidas de la experiencia.
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Basta con releer obras de la Antigüedad, como Las geórgicas de Virgilio, para constatar lo mucho que en aquella época se conocía ya del cultivo de los campos, el cuidado de los árboles y las vides, o la cría de los ganados. Por lo que cabe lamentar que, con no poca frecuencia, la defensa genérica de la naturaleza conduzca a ignorar todo esto; y a no entender que la continuidad de unas prácticas seculares, tanto por parte de los campesinos como de los pueblos indígenas, no supone una amenaza, sino la mejor forma de garantizar su mantenimiento y biodiversidad.
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