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No es por copiarle el tema a José Peláez, pero a uno, de colegio de monjas concertado, lo de las escatologías le recuerdan a la más tierna infancia.
Peláez nos relató en estas páginas al 'caganer' pinciano y parece, en el fondo, que las deposiciones ... son todo un estado ánimo patrio. Al arribafirmante, sin ir más lejos, le fueron lloviendo productos intestinales un día de julio, en el centro de Madrid, junto a Arrimadas –y Ondarra–, a la que en su búsqueda del centro también debió de caerle compost en esa jornada que fue arcoiris por lo demás.
De modo que si volvemos a nuestro cagón, saltador olímpico de toques de queda y de atléticos esfínteres, lo que tenemos es a un anarquista de la noche, gorila en la niebla, y que ilustra lo que la ciudad esconde cuando llega eso mismo, el toque de queda. Cuando todo es silencio salvo el rechinar de dientes –que dice la Biblia– y el trémulo rugir de las ventosidades.
Cuando hay un tornillo que no funciona en un país gobernado por Narciso, van saliendo estos partisanos de la miasma que no sabemos si en cuclillas protestan por algo o simplemente actúan así por sentir la caricia de la luna en la nalga.
En Granada y en Málaga han visto a un nudista paseándose por las catedrales renacentistas mientras España espera que vaya llegando la tercera ola. Dicen que el Ser Humano es extraordinario y que el turrón vuelve a casa por Navidad.
La escatología es una ciencia infusa, una materia de escape de realidad. Si, como refieren las crónicas, se enfrentaron las dos Españas en el vaciamiento intestinal comprenderán, ay, por qué me ha dado por leer a Cela.
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