El momento se acerca. Ese momento en el que la antigua selectividad, ahora llamada EBAU, pasará como una apisonadora por encima de todos nuestros alumnos de bachillerato. Esos días en los que se juegan todo. O eso, al menos, llevan escuchando todo el año en ... el instituto y en sus casas. Se acabaron las risas y los momentos dulces y empiezan unos días de tensión, nervios y miedo, mucho miedo. De valerianas y tilas, de lloros y abrazos de padres y madres que ven cómo sus hijos pasan por uno de los momentos más tensos de su vida. Según como les vaya, podrán elegir una carrera u otra, y darle forma a su futuro.
Puede parecer muy trágico, incluso excesivo, pero la gran mayoría de ellos tienen estos sentimientos durante estas fechas. Hay varios tipos de alumnos. Los que tienen clara su vocación, pero no necesitan nota, con lo cual estos días no son tan trágicos. Los que no saben aún qué carrera estudiar y por ende no saben qué nota necesitan. Y los que tienen claro qué quieren hacer y llevan todo el año machacándose para sacar la mayor nota posible y estos días lo tienen que dar todo.
Pero, ¿qué pasa si eso no ocurre?, ¿si tienen un mal día, una mala noche o un tropiezo? Todos sus sueños e ilusiones se van al traste por un mero examen, por dos horas de su tiempo mal aprovechadas. Toda su vida académica esforzándose para nada, para no llegar a sus objetivos, para no poder entrar en la carrera deseada. Toca plantearse si este sistema es justo, si las vocaciones se deben tener en cuenta, si el sistema educativo es el correcto y está funcionando. El alumno que lleva toda su vida queriendo estudiar una carrera, ¿sería buen profesional si pudiese hacerla? Posiblemente sí, independientemente de si ha sacado un 10 o un 12 de nota media, y seguramente mejor que muchos que tienen una nota más alta y están por encima de él para elegir.
También tenemos que reflexionar sobre las grandes diferencias que hay entre las comunidades autónomas, que provocan un agravio comparativo inmenso entre las notas de unos alumnos y las notas de otros. No es de justicia que un alumno saque una muy buena nota en una comunidad donde el examen es significativamente más sencillo en forma y contenido y luego pueda moverse libremente por cualquier ciudad para hacer allí la carrera deseada. No es ecuánime para el resto de alumnos de otras zonas, que tienen que hacer exámenes más complejos. Hay que garantizar la equidad a nivel nacional, porque cuando vas a proyectar tu casa no le preguntas al arquitecto dónde estudió, o dónde se examinó de la EBAU o qué nota obtuvo.
Y qué decir de las diferencias sociales, que se hacen patentes en el día a día en un instituto, donde hay alumnos privilegiados que tienen acceso a profesores particulares, a academias o a contenidos de pago en internet y otros muchos que pertenecen a familias más modestas que carecen de estas oportunidades. Este sistema parece que hace aguas por todas partes. ¿No deberíamos pensar, quizás, que sería mejor que los alumnos pudiesen elegir su futuro a pesar de sus resultados?
Cuando usted vaya a la consulta del médico piense a quién le gustaría tener delante: a una persona que siempre quiso dedicarse a ello, que ama esa profesión, pero que su nota no fue lo suficientemente alta para poder hacer esa carrera, o a otro alumno que lo eligió por el mero hecho de tener una buena nota o por imposición familiar. ¿Con quién se sentiría más cómodo en esa consulta? Este servidor lo tiene claro, no hay mejor profesional que aquel que está enamorado de su trabajo, que día a día está pendiente de aprender cosas nuevas, que se preocupa por lo que hace y, sobre todo, que pone el corazón y el alma.
Puede que tengamos que darle una vuelta de 180 grados al sistema. No estoy diciendo que las notas y el esfuerzo no sean importantes, pero sí digo que, además de las notas, deberían primar las vocaciones y para ello habría que dirigirse a las facultades y que ellos también pudiesen tener voz y voto de quién querrían que fuesen sus futuros alumnos. Ya sea mediante entrevistas personales, mediante un proceso selectivo que posiblemente pudiera comenzar algunos años antes, estudiando el proceso vital del estudiante y viendo qué actividades ha realizado y por qué en su tiempo libre, cómo es su entorno y cuáles son sus posibilidades. Hacer además un examen único a nivel nacional para que todos tengan las mismas posibilidades y opciones. Y por otro lado incluso usar el método ensayo-error donde los futuros alumnos pudiesen ver el día a día real de su futura carrera aún sin haberla empezado a cursar.
Esto no es una fantasía ni algo inabarcable. Por supuesto serían necesarios más recursos humanos y materiales para llevar a cabo este trabajo de campo, pero seguramente llegaríamos a una excelencia laboral que aún no tenemos en nuestro país.
Estos días que están cerca de estas pruebas tan importantes, seamos amables con nuestros alumnos, hijos o amigos que las tienen que hacer. Cada uno de ellos carga su propia mochila de vivencias, problemas y dificultades y ahora tienen que dejar todo eso a un lado para centrarse en buscar su mejor futuro, el que se han imaginado en un mundo utópico, poco realista, que conocerán de lleno cuando acaben definitivamente sus estudios, incluso algunos de ellos mucho antes. Seamos empáticos, cariñosos y pacientes, ayudémosles y estemos a su lado, simplemente haciendo una labor de acompañamiento que, podría parecer mínima, pero que es crucial. Nos necesitan, y tenemos que estar a la altura. Les hace falta tener cerca a los suyos en este momento incierto, con este futuro que también se presenta incierto, donde puede salir el sol o caer una tremenda tormenta. Por eso no nos olvidemos de relativizar y hacerles ver que más allá de todo esto, de todas las dificultades, de todos los nervios, de todos los miedos, ansiedades y frustraciones la vida son dos días y uno llueve. Así que, si hoy llueve, que bailen bajo la lluvia como si nadie les estuviese mirando.
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