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No piensen que estoy haciendo un juego de palabras, pero creo más en las previsiones preelectorales que en las postelectorales. Y no me refiero a las 'realidades políticas' surgidas tras los recientes comicios autonómicos y municipales. La política en cualquier gobierno democrático –de los otros ... no hablo– siempre es cambiante, y lo son, en consecuencia, las circunstancias y las previsiones sobre la misma. La política se parece más a una partida de juegos de azar que a un texto teatral inmutable. Todos los días hay que barajar los naipes y cambian las bazas. Lo que pensará el elector en la próxima cita con las urnas es algo incierto y difícil de calcular. No caben guiones y el tiempo es relativo. Aprender a 'leer' la realidad es una sabiduría que no proporcionan las encuestas puntuales de los asesores. Se decide y se vota por factores tan diversos, tan cambiantes, como las probabilidades del movimiento de las piezas en un tablero de ajedrez. Millones de jugadas.
Resulta tan difusa la voluntad de los electores que, salvo en los casos de mayorías absolutas, la posibilidad de la moción de censura en los ayuntamientos y en otras instituciones públicas planeará tan cierta como la ley de Murphy. Adivinen de qué lado va a caer la tostada.
Pensar que porque ayer se confirmó una determinada tendencia electoral es previsible que se mantenga mañana, me parece algo iluso. No tanto porque sea estadísticamente imposible, sino porque exige conjugar tal cantidad de imponderables que solo lo garantiza un factor: la aplicación de políticas que defienden el interés general, el bien común; políticas plurales que huyan del sectarismo como de la peste.
Por eso considero que lo prioritario en los objetivos de cualquier institución democrática no es garantizarse a toda costa cuatro años de estabilidad, sino antes de nada, garantizarse programas de gobierno, proyectos, iniciativas y reformas que obedezcan al verdadero interés de la mayoría, concebida esta de forma generosa y sin anteojeras partidistas. ¿Es pedir demasiado? Al contrario. Me parece que frente al politiquismo maniobrero, especulador, de regate corto y ambición larga, apostar por el compromiso con el interés general, quizás sea la única manera de conseguir la fidelidad de los ciudadanos más allá de contingencias momentáneas.
El político dispuesto a transitar, día a día, por esa senda de dificultades y de esfuerzos (¿alguien creyó que resultaría fácil?) es el único, en mi opinión, que atesora ases en la manga –de forma legítima– para confiar en que las previsiones futuras le acaben resultando favorables. Lo demás es escribir en el agua.
Basta echar una mirada a lo sucedido a nivel nacional y preguntarse ¿cuántos 'sorpassos' ha dado en el conjunto de España Podemos al PSOE, Ciudadanos al PP o VOX también al PP en Andalucía? ¿Cuánto pueden esperar esos partidos, en sus distintos ámbitos de representación, solo en virtud de los votos obtenidos en los últimos comicios? Allá cada cual con sus estrategias y previsiones. Aunque, quién sabe, acaso sea el momento oportuno para recordar también la advertencia 'marxista' de Groucho: «No es la política la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio».
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