Lo es honrado buscar la frivolidad de lo original, de lo creativo, de lo profundo, cuando siquiera la superficie está limpia. No es la entraña putrefacta la que duele, es la piel de este mundo, -el reflejo que ilumina el detritus de nuestro espíritu-, la ... enfermedad de nuestra realidad. Y no tenemos otra piel. Y si la forma está afeada, no hay fondo que valga.

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Nuestro siglo ha clausurado el futuro, esperamos temporalmente, soñamos, pero nuestros sueños no tienen materia alguna con la que soñar; son eclipses aparcados en el hangar del tiempo. Tenemos multitud de proyectos en el cajón, tenemos un sinnúmero de planes irrealizables, nos esmeramos en cientos de promesas que nosotros mismos descartamos, porque nos es imperioso vivir sin hipotecas el futuro. Urge vivir sin la esclavitud de objetivos a cumplir imperativamente. Somos un mundo rebelde con causa del mañana, pues desconfiamos que llegue con mínimas garantías.

Nadie escucha el sonido de su propia comodidad. ¿Será ya lo único que nos queda? ¿Aquello que nos domina y nos ensordece para cualquier música? Sentirse cómodamente apoyados en los bastones del consumismo, como si el mundo fuera sólo consumible, o ya se hubieran consumido los espíritus, las razones, las emociones, los sentimientos, las revoluciones, el calor que mantenía la brasa de la especie. Lo de ahora no es sentir frío, sino el vacío ya casi perfecto.

No hay alarma en el mundo, todo él es una pura alarma desde que es habitado por el humano.

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