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Hubo una vez un judío de nombre Elisha Pomeranz, miembro solitario de un kibutz en las orillas del mar de Tiberíades, que logró desentrañar en largas noches de vela el misterio matemático del infinito. Gracias a sus meditaciones metafísicas y habilidades de relojero, alcanzó ... una alta cumbre del saber humano mezclando sus ideas y los ángulos rectos que componen la meditación más pura de la Torá con la luz nocturna reflejada en las aguas de aquel mar blanquecino. Eso dejó contado Amos Oz, fallecido hará pronto un año, en su novela emblemática 'Tocar el agua, tocar el viento', un homenaje a la libertad de espíritu y al enigma de las aguas de ese lago, sagrado mar, donde convergen fuerzas telúricas que rigen la vida de los pueblos, desde las costas del Mediterráneo hasta los vastos desiertos del Oriente Medio y las montañas del Asia profunda.
Hasta este extremo del mapa israelí he regresado estos días para percibir quizá esas corrientes metafísicas y gravitacionales en los viñedos frondosos de Metula y en los cementerios y sinagogas de Safed, que condujeron hace medo siglo al profesor Ponderanz hasta su descubrimiento. La grandeza verdadera de estos territorios pegados al mar de Tiberíades nace de su cercanía sorprendente con las continuas disputas bélicas que se libran a su alrededor desde hace más de un siglo. Tómese como razón comparativa simplemente las emisiones de radio que se captan aquí con toda nitidez emitidas desde Beirut, Damasco, Amman, Jerusalén y la lejana Alepo, a un paso allí de la batalla del ejército turco contra las bien armadas milicias de los kurdos.
La guerra es una de las prácticas más miserables de la barbarie humana, cuyas reglas no obedecen a los principios de las matemáticas y mucho menos a la normativa poética; pero observando el rostro de las gentes que habitan estas tierras tan cercanas a la atrocidad armada con nombres modernos (exiliados, refugiados, matanzas colectivas, ciudades cercadas, bombardeadas, arrasadas) se constata la corta duración de la memoria humana. Por los territorios sirios cercanos a este enclave israelí han pasado más de tres millones de personas huyendo de la muerte, dejando atrás casas derruidas y tierra calcinada.
Es difícil vivir en la esquina de un mundo aplastado por guerras intermitentes, aunque la belleza del paisaje, la aparente tranquilidad de estas gentes arriesgadas y la guardia siempre vigilante del gobierno de turno infundan seguridad. A pesar de esa dosis cotidiana de tranquilidad que suministran la radio, la televisión y los periódicos, en este paraje israelí septentrional, tan castigado por las milicias islamistas de Hezbolá desde el Líbano, renace estos días el miedo: los tenderos y los agricultores, desde Safed hasta Metula, sospechan que la hoguera atávica de este Oriente Medio del que ellos ocupan su epicentro geográfico puede prenderse de nuevo, porque se está quebrando el equilibrio militar impuesto por las últimas guerras sumamente sangrientas libradas en ese territorio de tantas barbaries aún recientes.
La orden de Donald Trump para la retirada de Siria de todas sus tropas ha sumido a la opinión pública israelí en un profundo estado de inquietud y decepción. Desde hace décadas, la conjunción de fuerzas y el reparto de objetivos bélicos en Medio Oriente entre los gobiernos de los Estados Unidos y de Israel han sido asuntos de un dogma estratégico por ambas partes.
Bajo total anonimato muchas veces y por encargo o con la anuencia de los jefes del Pentágono, el ejército israelí ha llevado a cabo operaciones militares en el área caliente del golfo Pérsico (Irán, Yemen, Egipto y Sudán), contra el suministro de armas a las milicias libanesas de Hezbolá. Esa colaboración militar se acentuó hace cuatro años cuando Barack Obama necesitó apercibir por la fuerza al Gobierno iraní de los ayatolás con bombardeos selectivos, llevados a cabo por la fuerza aérea de Israel, para que aceptaran renunciar a la fabricación de armamento atómico.
El gendarme israelí nunca defraudó al mariscal de Washington, que ahora ha decidido retirar sus exiguas tropas del terreno de operaciones medioriental. El prestigioso comentarista del diario 'Haaretz' Amos Harel acaba de publicar un artículo advirtiendo al Gobierno israelí de la quiebra estratégica a la que se arriesga, temor general que está impregnando ya a la opinión pública. Advierte Harel de que «el nuevo campo de batalla entraña varios riesgos para Israel: sus infraestructuras militares y otras que tienen relación con sus intereses económicos son vulnerables a un ataque, especialmente desde Irán, que está regando con su armamento a los países que pueden usar ese armamento {contra Israel] con mayor precisión».
A pesar del deshago popular que dan a los israelíes las fiestas del Sucot, un adelanto familiar de las Navidades cristianas, el hálito de la opinión pública depende de la adversa circunstancia de gobernación abierta por la reciente, y quizás inútil, repetición de elecciones legislativas. De las urnas salió un resultado poco manejable por los partidos para llegar a un acuerdo de formación de gobierno, a pesar del órdago que el primer ministro, Benjamin Netanyahu, había lanzado en los últimos días de campaña prometiendo la colonización definitiva de los territorios palestinos de la ribera del Jordán.
El vacío gubernamental solo encuentra la salida de una tercera vuelta electoral, en el caso de que no se logre formar una coalición de gobierno antes de cuatro días poniendo de acuerdo a seis grupos políticos, los partidos conservadores y los religiosos. Netanyahu, primer ministro desde hace una década, narcisista y salvador de la patria, vive sus horas más negras ante los tribunales, acusado de malversación de fondos públicos: 16 millones de dólares para su bolsillo y 16 abogados para su defensa. La renuncia a volver a presentarse a otra elección es el precio que le exigen sus adversarios políticos para permitirle formar gobierno.
En su kibutz junto al Tiberíades, el filósofo, matemático y relojero Elisha Pomeranz escuchaba por la radio melodías griegas de Nicosia, locutores solemnes de Damasco y muecines de todo el Oriente Medio. Todos siguen pregonando su canción.
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