EFE

El mundo según Xi Xinping

«Ha puesto en vereda a la segunda economía más grande del mundo y ha logrado su tercer mandato reafirmando la autoridad indivisa del Partido Comunista corrigiendo los pasos hacia la pobreza del Gran Timonel»

Agustín Remesal

Valladolid

Domingo, 23 de octubre 2022, 00:33

Ninguna otra ambición o mandamiento ha marcado tanto la historia de China como la avidez de sus gobernantes por someter a sus vecinos y doblegar a los países remotos con el señuelo de un negocio comercial. Hace seis siglos, Zhu Di, Emperador del Gran Ming, ... envió a sus barcos rumbo al oeste para abrir la primera ruta de sus mercaderías, un viaje marítimo exploratorio del almirante Zheng He hacia el Océano Índico y aún más allá, pero cerró a cal y canto todas las puertas de aquel imperio misterioso cuya corte de mandarines y generales se instaló por vez primera en Pekín. Al norte de la capital, junto a los mascarones de proa de sus barcos hechos piedra que alcanzaron el Mar Rojo, se alza todavía el enorme mausoleo y una estatua gigantesca de aquel emperador, cuyos exploradores se asomaron al mundo con intención de una conquista mercantil. La historia es un viaje cíclico del sentimiento de los pueblos, y el esplendor de aquel monumento imperial ha sido restaurado con orgullo por la autoridad suprema de la República Popular heredera de aquella ansia expansionista.

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La solemnidad ceremonial de ese imperio secular sigue vigente en los grandes eventos oficiales, como el Congreso del Partido Comunista de China celebrado esta semana, gran ceremonia visual servida con ilimitado uso de color y el énfasis en la simetría y la armonía del espectáculo. El paseo presidencial de Xi Xinping ante 2.300 delegados, sus gestos escrupulosos hacia los más poderosos y viejos casi inmortales, el aplauso sumiso de todos y la escenografía ritual encierran los misterios de un poder superior ejercido desde la sombra. Esa parafernalia como de ceremonia sagrada esconde todos los misterios del líder que se ha encaramado a lo más alto de su poderío desde que ocupó el trono hace una década. El imperio del presidente Xi se rige desde entonces por su obsesión en el control de esos delegados que llegan a Pekín desde la inmensidad de la república comunista, a diferencia de Mao, que se deleitaba en el caos de su revolución permanente para alzarse luego cual emperador tan poderoso como el legendario Zhu Di. El nuevo gran dictador ha perfeccionado el método de su gobernanza en apariencia dulce, que hace de sus adversarios blanco inexorable y de sus conciudadanos aparente objeto de afecto filial.

Hace solo una década, los países occidentales miraban hacia China con escasa precaución, aunque suponían ya que China sería restituida a su antiguo grado de una civilización dominante y dueña de la economía más grande del mundo, conclusión certera cuya realidad sería simplemente cuestión de tiempo, aunque nadie adjudicaba esa larga marcha al líder supremo emergido de la sombra en apenas una década. Las altas tasas de crecimiento anual de China, superiores con frecuencia al 10%, ensombrecieron el progreso económico de los países más ricos que avanzaban a veces a un ritmo agónico. Todas las empresas chinas (finanzas, telecomunicaciones, informática, redes sociales y bienes de consumo masivo), se alzaron con el liderazgo de buena parte de los sectores productivos. El comercio mundial experimentó asimismo en esos años una desorbitada acumulación de beneficios en los países importadores que financiaron los grandes proyectos chinos de inversión interior sin límites. Y a pesar de la rigidez de su régimen frente a la disidencia política y los derechos humanos, los ciudadanos extranjeros acudieron en masa a comprar, invertir y trabajar en Shanghai, Hong Kong y Pekín.

China emergió desde la sombra de un pasado oscuro y escondió sus infracciones contra la libertad de expresión y los derechos humanos. El negocio cegó ese contraste de China con el resto del mundo, mientras su gobierno se abría paso en los organismos internacionales del poder mundial fomentando sus inversiones en los países más pobres del tercer mundo y alimentando con guante de seda su propaganda a escala planetaria frente a las exigencias de las naciones libres. Con esa marca de modernidad aparente y poderío enérgico, China ha logrado exportar también un modelo único y simultáneo de dinamismo capitalista y eficacia autoritaria, aprovechando las debilidades del llamado 'mundo libre' cada vez más esclerótico. 

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Xi Xinping ha puesto en vereda a la segunda economía más grande del mundo y ha logrado su tercer mandato presidencial reafirmando la autoridad indivisa del Partido Comunista corrigiendo los pasos hacia la pobreza del Gran Timonel. Él proyecta ahora, en efecto, una nueva década de gobierno autoritario, dando a luz una China más roja y de regreso al cauce marxista-leninista, después de tres décadas de aperturas y reformas con tintes capitalistas. El nuevo tenor de ese renacimiento nacionalista restaurado por el Congreso del Partido debe sacar a China de su profunda pobreza llevándola a una «prosperidad colectiva» que se cifra en un sueldo mínimo de 510 euros anuales, salario de miseria ahogado por la prosperidad consumista y señal de la pobreza en algunas zonas rurales. La primera década en el poder del presidente Xi ha sido un ejercicio de arrogancia en la sombra para purgar a sus rivales políticos y aplicar mano dura contra la corrupción que pone en peligro la economía.

Xi Jinping, el príncipe rojo del Imperio de Enmedio, ha transformado a China en una potencia mundial. Es conmovedor escuchar a los visitantes de la pobre casa natal de Mao Zedong en Shaoshan (Hunan) recitando entre arrozales inmensos las consignas patrióticas del Gran Timonel, como esta del partido que él fundó hace un siglo: «Nuestro Partido Comunista es el norte, el sur, el este y el oeste de China. Y también su centro».

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