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«Que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado». 'Un mundo raro', la canción que el gran José Alfredo Jiménez escribió allá por los 50 del pasado siglo. Seguro que más de uno de ustedes la ha cantado ... en alguna taberna. Un mundo raro por el simple hecho de que te haya ido bien en el amor y no hayas sufrido demasiado. Ja, ja, quién pillara esas rarezas. España va a enviar dos o tres tigres Leopard a Ucrania, pero hemos tenido que arreglarlos, cambiarles el aceite, echar tres en uno en las cadenas... Vamos, que tenemos un material de guerra que Dios nos pille confesados si hay que utilizarlo súbitamente.
Toda Europa y EE UU envían armas a Ucrania, pero no estamos en guerra con Rusia. Y hasta ayer mismo, Rusia nos vendía petróleo y gas. Y todos sabemos que, más temprano que tarde, un misil ruso caerá en un país de la OTAN, en Polonia, en Rumanía... Y mientras, asistimos impasibles a la muerte de civiles ucranios, a la destrucción de ciudades. Qué mundo raro.
Antes de 1914 eran impensables estas matanzas indiscriminadas. Federico Engels, el revolucionario, se horrorizó cuando republicanos irlandeses colocaron una bomba en Westminster Hall porque afectó a la población civil. Los pogroms zaristas horrorizaron al mundo a pesar de que, en más de treinta años, las víctimas mortales fueron unas decenas. Hoy, aceptamos como normales la tortura y el asesinato, la muerte en masa. Este sí que es un mundo raro y no el de José Alfredo. La guerra del 1914 nos hizo monstruos. T.S. Eliot, el poeta, decía que el mundo no terminará con una explosión, sino con un gemido. Misiles y gemidos nos rodean.
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