Hemos delegado nuestra moralidad en los políticos. Los únicos comportamientos morales que juzgamos, los únicos códigos éticos que evaluamos, son los suyos. Y no siempre, sino cuando sucede algo extraordinario que lleva sus acciones hasta la primera página de los periódicos. Robos, guerras, escándalos, fratricidios… ... Más que ciudadanos, más que votantes o más que jueces de la actualidad, parecemos redactores jefes o directores de periódico que valoran la pertinencia o no de un titular, su efectividad. Ayuso vence. Casado derrotado. Núñez Feijóo aclamado. Putin invade Ucrania. España no enviará tropas. Titulares, no vamos más allá. Casado se beneficia de la estética del perdedor, del encanto de la derrota que, por otro lado, no sirve de nada. Ayuso de su impiedad, agrada a los que no contemplan la caridad en la victoria. Pero la victoria es fea a veces; a menudo no se perdona. En los duelos a muerte, al perdedor lo enterramos; al ganador, pasada la euforia, lo exiliamos. Estéticas.
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La guerra. Putin. Estamos en contra si nuestros tertulianos preferidos lo están. A favor, si nuestros opinadores lo están. Marhuenda, Inda, Ferreras, ese médico, César Nosequé, nos explican el mundo, lo que está bien o mal. O Bono o Miguel Ángel Revilla. O Losantos o Cayetana. Y nosotros nos ponemos el jersey del color que ellos tejen. Blanco o negro. Twitter e Instagram dictan sentencia. Nosotros le damos al like. Decimos que nos gusta o no a un mundo que no entendemos, que no es nuestro. Qué cosas pasan, qué ajenas, que indefensos nos pillan, Dios mío.
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