Es una suerte tener el paladar de pobre. Hace un tiempo, me invitaron a un exclusivo restaurante vasco, donde uno de esos cocineros que son Dios bendito para la guía Michelin. 240 euros, bebidas aparte. Nada memorable. Esas grandes experiencias suelen quedarse en nada tal ... vez porque uno no tiene educado el paladar. Para todo se necesita educación: comer, leer, vivir, amar... En mi despacho, mirándome de frente, tengo una fotografía gigante de Marilyn Monroe colgada de la pared. He ido aprendiendo a admirarla y cada día está más guapa. Mi hijo y sus amigos, de 20 años, almas en agraz, pasan frente a ella y ni siquiera le echan un vistazo. Bárbaros.

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Serán esos hábitos de pobre los que no dejan envidiar a estos millonarios que se montan en un cohete, suben 100 kilómetros, y vuelven a bajar. Nada que ver con la USS Enterprise de Star Treck o el Halcón Milenario de Han solo; nada memorable, como el menú degustación. Les excita hacer lo que nadie más puede hacer, que eso es ser rico. Un pasajero ha pagado 24 millones de dólares por 10 minutos de viaje. Jeff Bezos, el dueño de Amazon y de la nave y de la empresa que ha organizado la última excursión, dijo al bajarse del cohete que era el día más feliz de su vida. Lo caro y exclusivo apasiona, excita, enardece. A mí, pobre, esos diez minutos de vuelo no me atraen nada. Si estuviera en su piel y quisiera probar algo insólito y verdaderamente costoso; algo que no hacen nunca y que les ponga la carne de gallina, pagaría impuestos. Un mundo nuevo e inexplorado para los amos de Amazon, de Virgin, de Apple, de Google... Pagar impuestos.

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