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Ciento cuarenta mil millones de euros en cinco años. La mayor oportunidad para nuestro país desde la entrada en la Unión Europea. Ningún español sin pan y ningún hogar sin lumbre. Los perros, atados con longaniza. El plan «más ambicioso de la reciente historia económica ... de España». Reformas estructurales, modernización del tejido productivo, empleos de calidad, aumento de la productividad... todo lo que usted siempre soñó hacer con la economía española y nunca se atrevió a poner en marcha. Ítem más: transformación digital, transformación ecológica, cohesión social y territorial, igualdad de género sin concesiones, sin grietas, sin fisuras. Ni la madre que la parió, que decía Guerra.
Bienvenido, Mr. Marshall: un mundo feliz y dos huevos duros. Lo necesario para no desmayarnos, como le ocurrió a la representante danesa de la Agencia del Medicamento, mientras sus compañeros hablaban en la rueda de prensa de la relatividad absoluta del riesgo de vacunarse con AstraZeneka. Pero luego, cuando alguien pregunta, por ejemplo, desde Castilla y León, qué partidas concretas irán destinadas a tapar agujeros concretos, la respuesta de la vicepresidenta del Gobierno es también muy concreta: no hay que esperar a recibir, hay que proponer. Proponer proyectos estructurales, proyectos de modernización del tejido productivo, proyectos de transformación… otra vez la retahíla. Y una advertencia: esto se llama «recuperación, transformación y resiliencia», por este orden. Usted intente recuperarse. Después, trate de transformarse. Y si no lo consigue, aplíquese en la resiliencia. Pero en cualquier caso no piense en agujeros. Piense más bien en el futuro inmediato de la Next Generation.
Esto preguntan los que pasan de los cincuenta, mientras esperan a que no les llamen para ponerse su vacuna de la esperanza. Porque los que tienen treinta y cinco, y una cotización que les augura pensiones para poco más que bocadillos de mortadela, como no le pueden preguntar a la vicepresidenta se quedan con las ganas de saber si la Next Generation es la de los ninis o más bien la de sus hijos. O si ese «hasta» 12.000 euros anuales que anuncia el ministro para seguir trabajando después de los 67 tendrá un «desde» digno. Para saber a qué atenerse, si esta vez tampoco les toca a ellos.
Ilusionarse cuesta poco. Y cuesta también poco pensar que tal vez, si nos transformamos digitalmente lo suficiente, podamos pasar un día a ser considerados sujetos virtuales, sin necesidad de grandes recursos de manutención. Y si la Next Generation no sabe, o finalmente no puede cuidar de nosotros ni de los ninis, como nosotros cuidamos de los ninis y de nuestros padres, seguro que lo harán por ellos los robots. O los hombres mono, cuyos embriones ya se han empezado a fabricar en laboratorio, para tener recambios de corazón, de hígado, de cerebro, de conciencia… de todo lo que haga falta.
No se veía un derroche de optimismo así desde los tiempos en que Leire Pajín nos advirtió de aquel momento, «histórico para el planeta», en el que los astros de Obama y Zapatero confluyeron en su gran liderazgo del mundo. Menos mal que nos queda la resiliencia.
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