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Incurriendo en un seguidismo ovejuno respecto a las hordas que en Estados Unidos están desvirtuando el legado hispano, marionetas de una globalización que impone las mentiras de la versión anglosajona de la historia, una concejala del ayuntamiento de Palma de Mallorca ha incitado a « ... tirar pacíficamente» la estatua y «suprimir la memoria» de fray Junípero Serra, religioso que dedicó su vida a la integración en pie de igualdad de los indígenas de México y California en la sociedad nueva que advino con la gesta colombina del Descubrimiento.
Ante tal animalada, el alcalde de Palma de Mallorca ha declarado que se trataría de «una simple opinión personal», balido acobardado de todo punto inaceptable.
Y es que no se trata de una mera «opinión personal», sino de la arremetida sectaria de un cargo público en el contexto de una campaña de vandalismo cuya bestialidad acreditan esas dianas en rojo con ignorancia estampadas en San Francisco sobre las estatuas de don Quijote y Sancho: la de aquel en la espalda, que es como se asesina a traición, y la de este en las posaderas, alarde homófobo que sitúa a sus autores en el mundo mental de los miserables que por la tabernas de la tétrica Granada de 1936 presumían de haber disparado a Federico García Lorca en el culo «por maricón».
Vandalismo allí, imitamonos aquí. Pasando de los rebuznos a las coces, en Palma de Mallorca han pintarrajeado de rojo la estatua de fray Junípero que se alza frente al convento franciscano.
Lo dicho, el mundo animal.
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