![Dos mujeres](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202102/20/media/cortadas/GF0ZZG21-klYG-U130578221504kk-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Nos vamos acostumbrando a las cifras de muertos y la piel se nos endurece, como a los cocodrilos. Las cifras, siempre frías, siguen siendo pavorosas, pero si ponemos un nombre y un rostro entonces comienzan a doler. Yo tengo dos mujeres cuya muerte me ha ... herido en los últimos días. A una no la conocía. Era una mujer nacida en un pueblo de Soria que, empujada por la emigración, vivía en Rubí (Barcelona). Setenta años. Para escapar del peligro, en las últimas navidades había regresado al pueblo donde, en invierno, viven dos o tres familias. Aquí estaré segura, se había dicho. El amigo que me contaba la historia, paisano suyo, estaba apenadísimo. El día siguiente de Navidad pasó por el pueblo y la mujer, al verle, le invitó a tomar un café en su casa. Quita, quita, le dijo mi amigo, que yo tengo hijos y soy profesor y quién sabe si no seré un peligro. Así había rechazado el café. Pero tres días después, la mujer comenzó a notar síntomas, acabó en el hospital de Soria donde estuvo luchando hasta que la muerte se la llevó al otro barrio. Mi amigo estaba desolado.
La otra mujer cuya muerte me ha herido ha sido la de la tía Mercedes. Era menuda y trabajadora; siempre la primera para echar una mano en los trabajos ingratos y cutios de las matanzas; había regentado en los heroicos años sesenta una panadería-lechería en Toledo con su hermana Paquita; después el matrimonio la había devuelto al pueblo. Crió tres hijos, después se ocupó de los cinco nietos y, entre medias, atendió con cariño infinito la larga enfermedad de su madre y más tarde de la de su marido. Siempre abnegada y sencilla. Tenía una manera peculiar de hablar. Si la comida era rica, ella decía que estaba riquisisísima. De manera que los superlativos en su boca adquirían una extraña forma de vuelo: buenisisísimo, guapisisísimo.
La tía Mercedes había ido a cenar a casa de su hijo la noche de Navidad. Cómo no. Cómo dejar en su casa la noche de Navidad a una madre como ella que vivía sola con ochenta y tantos años. Hay que ser un desalmado. Se juntaron a la mesa con precaución, el hijo, la nuera, los nietos y la consuegra. Alguno, sin saberlo, estaba infectado y la tía Mercedes lo cogió, como lo cogieron todos. Pero solo ella acabó en el hospital donde estuvo luchando tres semanas hasta que las fuerzas la fallaron.
Mueren cada día cuatrocientas o quinientas personas a las que no pongo rostro, pero el recuerdo de la mujer de Rubí que trató de burlar a la muerte escapando a su pueblo vacío y la tía Mercedes me acompañan en los últimos días.
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