La muerte de pan (1)

Por esta vez, se deducía de ese suspiro, nos hemos librado, pero apenas si hemos salvado los muebles. La ultraderecha, en Francia y en España, cada vez está más cerca del gobierno. Parece inevitable, una especie de profecía autocumplida. Su auge es, a todas luces, un fallo de la democracia. Los populismos, la ultraderecha, son un cáncer que le sale a la democracia, una célula que aprovecha unas condiciones favorables e inunda con su carga maligna el resto del tejido.

No es que los obreros y los jóvenes franceses o españoles –su gran granero de votos– se hayan convertido en fascistas: es simplemente que se sienten abandonados, maltratados, llenos de incertidumbre y el diablo aprovecha para susurrarles en el oído. La política ha fallado. Se han esfumado las certezas, la seguridad, el futuro es más incierto que nunca y esos populistas aprovechan para vender patrias, banderas, religiones, tribus… Clavos ardientes que te abrasan la mano, falsas certidumbres, embelecos, mentiras…