Trabajar en la administración tiene ventajas y algún inconveniente. Entre las primeras, la mejor es la seguridad de una nómina hasta la jubilación; puede que no sea muy abultada pero la ingresan mes tras mes, independientemente de si has currado mucho o te ... has escaqueado. El inconveniente más latoso es que cualquier funcionario o laboral tenga de jefe a un hijo de perra cuyo único objetivo sea hacer la vida imposible al subordinado. Este último asunto tiene mal arreglo, salvo que el perseguido busque ayuda profesional (pagada, claro) en esos clanes cuyos apellidos salen todos los días en los medios informativos.
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Si cuento esto es porque durante décadas presté servicios en una de ellas, lo que me permitió desempeñar mi tarea sin apreturas y pirarme algún ratillo para hacer a la vez otras cosas más divertidas. La parte mala es que padecí el acoso laboral más absurdo y dañino, y tengo sentencia del TSJ dictada a mi favor. Dicho lo cual, animo a prepararse a fondo a los miles de aspirantes a ocupar un puesto en la Junta y les deseo suerte con el baranda que les toque. Puede que el trabajo que consigan sea un muermo y no esté muy bien pagado, pero en tiempos de tanto ERE gratifica saber que, una vez dentro, nadie podrá despedirte, salvo causa de fuerza muy mayor. Si toca un jefe chungo hay que torear como se pueda recordando aquella frase atribuida a Sancho Panza: «Vayan días y vengan ollas».
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