Despedida del coche fúnebre del Anatómico Forense de la calle Real de Burgos de Valladolid. José C. Castillo

Así muere un héroe

La audiocarta del director ·

«Todas las muertes no son iguales, y la de Pedro Alfonso Casado es la de un guardia civil caído en acto de servicio que se situó en primera línea de fuego cuando trataba de apaciguar un tiroteo sin sentido en medio de un enfrentamiento entre la peor escoria de Valladolid»

Ángel Ortiz

Valladolid

Sábado, 9 de julio 2022, 19:33

La muerte del teniente coronel de la Guardia Civil Pedro Alfonso Casado me tiene especialmente jodido. El 1 de julio fue alcanzado por un disparo en la cabeza mientras dirigía al equipo de la UEI –una de las divisiones de elite de la Benemérita– que intentaba reducir y detener a un tal 'Chiqui', un delincuente de la peor calaña atrincherado en una vivienda en Santovenia. El oficial, de 50 años y con un largo historial de operaciones de alto riesgo a sus espaldas, aguantó en cuidados intensivos hasta el pasado martes, cuando falleció. Sus restos fueron trasladados un día después a Valdemoro, localidad en la que residía, con todos los honores. Me tiene jodido porque todas las muertes no son iguales. Y la de Pedro Alfonso Casado es la de un guardia civil caído en acto de servicio que se situó en primera línea de fuego cuando trataba de apaciguar un tiroteo sin sentido en medio de un enfrentamiento entre la peor escoria de Valladolid. Y también me tiene jodido porque siempre he tenido en una altísima consideración el decisivo papel, el espíritu de servicio y el sacrificio de quienes, por su ejemplar motivación, forman parte de la institución.

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Hace muchos años, unos treinta, mi jefe en Diario de Navarra –el periódico en el que hice mis primeras prácticas de periodismo– me pidió que acompañara a una pareja de artificieros porque iban a desactivar un proyectil de la Guerra Civil localizado por un caminante en los montes de Quinto Real, un paraje montañoso cubierto de frondosos castaños muy próximo a la frontera con Francia. En efecto: en los noventa los becarios hacíamos ese tipo de trabajos, con explosivos incluidos. Así que llamé a quien me indicaron y lo organizamos. Para los protagonistas era un trámite de rutina. Sin embargo, para mí fue uno de mis primeros reportajes, o sea, todo un acontecimiento. Me citaron muy temprano en Huarte, un pueblo cercano a Pamplona, y de allí fuimos en coche hasta Zubiri, lugar donde nos recibió el sargento de la casa cuartel. En ella vivirían unas diez o doce familias. Era, y sigue siendo, un edificio de ladrillo rodeado por altos muros y alambradas, en las afueras de la localidad. El sargento, un hombre bajito, uniformado impecablemente y con un humor excelente, teniendo en cuenta las horas del día, apareció acompañado de un cabo. Los cinco nos montamos en un Nissan Patrol blindado y, cuando todavía no habían dado ni las ocho de la mañana, comenzamos a caminar entre helechos y hojarasca por un sendero que nos condujo, ladera arriba, hasta el lugar del hallazgo. Mientras los artificieros reconocían el artefacto, nosotros nos apartamos a una distancia prudencial.

Un agente de la UEI durante la operación del viernes en Santovenia. Rodrigo Jiménez

Hablamos un rato. El sargento y el cabo me contaron cómo –y sobre todo por qué, que era lo que me interesaba– vivían con sus mujeres e hijos allí, en una especie de gueto, en un entorno social y político hostil como pocos, a muchos kilómetros de sus familiares, en cierto modo apestados y, aún en aquella época, con el temor constante y cierto de sufrir un atentado terrorista. Porque es lo que sabemos hacer, me dijeron. Porque es lo que queremos hacer, añadieron. Porque es lo que tenemos que hacer, concluyeron. No me ofrecieron razones más poderosas ni especiales explicaciones. De hecho, no quisieron hablar más del tema. Noté que mi curiosidad les incomodaba. Tampoco entendían que les preguntara por algo tan obvio para ellos. Por eso zanjamos la conversación, nos contamos unos chistes, esperamos a que los artificieros desactivaran el explosivo en una explanada cercana y volvimos sobre nuestros pasos. Luego subimos de nuevo al todo terreno, regresamos a Zubiri y nos despedimos con un amable saludo. Yo publiqué mi reportaje, del que no recuerdo mucho más, y conservé vivo en la memoria el episodio. Nunca he vuelto a experimentar una sensación de seguridad y protección como la que sentí acompañado por aquellas dos personas que habían elegido vivir con sus familias en una especie de cárcel.

La triste muerte del teniente coronel Pedro Alfonso Casado no tiene ningún sentido. Pero si él tuviese que explicarla, seguramente la justificaría como aquel sargento de Zubiri: me llegó haciendo lo que sé hacer, lo que quiero hacer y lo que tengo que hacer. La definición perfecta de un héroe.

«Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene. Y todo lo que podría llegar a tener»

Will Munny (Clint Eastwood) en 'Sin perdón'

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