Se le va de las manos, la guerra, a Putin. Y no solo en el frente, sino también, y sobre todo, en las calles de su país. El límite del mirar para otro lado de los rusos ha llegado con la palabra 'reservista'. Por mucho ... que les quieran seguir escamoteando la realidad con el eufemismo de la 'media movilización'. Manifestaciones en las calles, detenciones de miles de personas, y los billetes de avión al borde del colapso, ante la posibilidad de que Alemania pudiera conceder asilo político a disidentes y desertores.
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No hay por qué alegrarse. La guerra cobra un giro todavía más siniestro si cabe ante el revés del Kremlin, que está decidido a tomar como rehenes a los ucranianos que viven en los territorios ocupados, y amenaza con recurrir a medidas extremas si considera que se está atentando contra territorio ruso. Y no parece que exista, hasta la fecha, ningún teléfono rojo capaz de disuadirle. Ni siquiera el de Xi Jinping. El único teléfono que funciona, según parece, es el del periodista ruso Dimitri Nizovtsev, que se dedica (qué gracioso) a llamar a los hijos de los grandes prebostes del régimen haciéndose pasar por militar. «Resolveré esto a otro nivel», le contestó Nikolai Peskov, hijo de uno de los hombres de confianza del presidente ruso, al presunto oficial que lo llamaba a filas al día siguiente a primera hora. Lo que conocíamos como el «usted no sabe con quién está hablando» de toda la vida. Y Putin, por primera vez, atrapado entre los halcones y las palomas.
No es solo en Rusia, sin embargo, donde las cosas se mueven. En Europa, por ejemplo, y arengados por Borrell, los socios preparan ya nuevas medidas de castigo al hígado de los rusos, mientras se abren un poco más las espitas del gasoducto que comunica España con Francia. Nada que impida, en todo caso, la llegada de una nueva recesión para todos, esta vez proyectada desde los Estados Unidos, con sus subidas de los tipos de interés. Cirugía salvaje para detener la inflación. Y efectos secundarios. El recuerdo de aquello que decía Keines: «El mercado puede permanecer irracional más tiempo del que usted puede permanecer solvente». Ya lo estamos pagando.
Queda, en todo caso, para el entretenimiento, el teatrillo de la cosa nacional, donde las movilizaciones tienen un sentido inversamente proporcional a la deriva del mundo. Moreno Bonilla, por ejemplo, que apuesta por el federalismo fiscal y llama a los catalanes a dejarlo todo para marcharse a Andalucía. Mientras en el banco contrario, el ministro Escrivá dice que no ha dicho lo que dijo sobre la recentralización y el «margen de las comunidades para decidir». Seguro que Irene Montero quería decir también otra cosa cuando ha soltado, esta semana, que se debe reconocer el derecho de los menores «a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana». Siempre que haya «consentimiento». La otra cara de la aceptación exprés de la renuncia del obispo de Alcalá, monseñor Reig Pla, por parte del papa Francisco, entre otras cosas por aquello que dijo en su día de que hoy en España «los niños se plantean su orientación sexual por ciertas ideologías de la enseñanza». Pobres muchachos.
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Y así, mientras Macarena Olona se encuentra con su «fin del camino» en Vox, Cayetana Álvarez de Toledo rompe la disciplina del PP y se suma a la propuesta del partido de Abascal de volver a aplicar el artículo 155 de la Constitución en Cataluña… Donde una puerta se cierra otra se abre. En el ínterin, el retraso del impuesto para las grandes fortunas, por lo menos hasta 2023. Otra propaganda soviética que se desinfla. Y en la gasolinera de Ballenoil de Sant Boi de Llobregat, hoy el diésel en oferta, a 1,65. Por decir algo.
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