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Sábado de Pasión. Movidas y mudanzas. Policía en los caminos. Los que quieren salir de Madrid y los que quieren llegar a Madrid a toda costa. Los que huyen del mundanal ruido frente a los que lo buscan con denuedo. Dice Toni Cantó que él ... nunca se ha movido de su sitio. Que el infierno son los otros. Pero a mí me parece que al actor le sucede lo que a mi amigo Eduardo cuando bebe en demasía. Que jura que él no se cae, que es el suelo el que de repente salta sobre sus narices. Y se las rompe. Y que también le pasa lo que en su día les pasó, sucesivamente, a Albert Rivera y a Inés Arrimadas. Que se cansan de la vida de provincias y quieren estrenar en la capital. No con actores o con actrices secundarios, sino con intérpretes de primera… Lo malo es que allí los papeles principales ya están repartidos, y todos recelan del orden y el tamaño de la letra con el que se escribe cada nombre en el cartel. «La lealtad y el amor luchando en vano», que diría Lope. La vida es puro teatro.
Mudanzas y movimientos. Si aquí fuéramos Castilla la Vieja (a saber: Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y Palencia), esta Semana Santa nos quedaría el consuelo de movernos unos días, dentro de los perímetros, hasta el mismo borde de la mar océana. Lo mismo que le sucedería al viejo reino de León (a saber: León, Zamora y Salamanca) si todavía gozara de los límites del antiguo reino de Asturias. Pero la cosa de los reinos ya no se lleva. Y por no quedar, ni las procesiones nos quedan. Que van por dentro, como las penas. Y que no gozan de los permisos de la autoridad. Ni marcando distancia entre los pasos… Agua y ajo.
Movimientos y movidas que parecen haber detenido al mundo en su loca carrera por el desperimetraje global. Las fronteras se estrechan más que el canal de Suez. Y con excepción del Gran Hermano Digital, que es el único que sigue ganando territorios para su imperio planetario, el resto nos atascamos con un barco cuya eslora mide, más o menos, como la Acera de Recoletos. Y que está lleno de contenedores, en lugar de terrazas. 'Evergreen', siempre verde, es el nombre de la empresa. Tan verde como el piloto que manejaba el monstruo por el canal. Operador taiwanés, firma japonesa, autoridades egipcias… conflicto global a cuatrocientos millones de dólares de pérdida por hora. Las consecuencias las notaremos, a no mucho tardar, en el kiosco de la esquina. De quedar alguno.
Turistas que se desplazan sin límite y sin control por nuestro país. Y aborígenes (o sea, nosotros) a golpe de salvoconducto para poder viajar en por ese mismo país. Esperando a ver si en las cumbres de Europa, ya que no en la cosa del tratado de Schengen, se ponen de acuerdo en lo de las vacunas. Porque la inmunidad de rebaño, por mucho que Astra Zeneka haya empezado ya a correr por nuestras venas, sigue siendo un sueño. Un sueño que se alarga en demasía. Como ovejas, renunciamos a la trashumancia, y nos quedamos sin rechistar en el establo. Movidas, mudanzas, movimientos que, al cabo, terminan por no llevarnos a ningún sitio. Menos mal que nos queda Teresa de Ávila: «Dios no se muda… La paciencia todo lo alcanza». Pues eso.
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