Todavía no hemos terminado de pagar agosto y ya hemos sacado del armario rebecas y sudaderas a porrillo. Nos aferramos al calor, ahora que se va. Quizás porque, aunque mucho nos hemos quejado de las altas temperaturas, ahora sabemos por la cuenta del banco que ... lo único que vamos a tener caliente este otoño van a ser los titulares de prensa. De hecho, más allá de las pamemas estragadoras de la despedida de la reina británica, las declaraciones exaltadas ya han empezado a asomar, como los sabañones.
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Mientras Alemania da un paso decisivo al nacionalizar dos filiales de la petrolera rusa Rosneft, para garantizar su suministro, en España seguimos obcecados en debatir sobre si los galgos o los podencos. Es decir, sobre si la nacionalización se ha de aplicar en la facturación o en los beneficios de las compañías energéticas. Lejos, en todo caso, de llegar a intuir todavía de qué manera se aliviará la factura de los que vamos hacia el frío.
A falta de Merkel, Úrsula von der Leyen mueve el timón de Europa. Y aunque Putin y Xi Jinping se juntan en Samarcanda, la capital del imperio de Tamerlán, para mirar el mundo del revés, lo cierto es que su guerra está cada día más lejos cumplir los objetivos que diseñaron los estrategas. El general invierno avisa a tirios y a troyanos, y criticar la democracia de plexiglás de los occidentales no es suficiente para que chinos y rusos, juntos pero no revueltos, acaben de encontrar un final decente para este error histórico. La economía china, que repuntó en agosto, en septiembre empieza a dar señales de contracción de su mercado inmobiliario. Habrá frío para todos.
Incluso el Papa, de regreso a Roma a bordo de su avión, se suma al frente occidental y se pone al lado de Zelenski. Lo de matar, afirma, aludiendo a los españoles y la eutanasia, «no es humano», y «hay que dejarlo para las bestias». Pero lo de morir matando, es decir, lo de defenderse, «es lícito». Vender (o regalar) armas a Ucrania, arguye el Papa, puede ser incluso «moralmente aceptable». Pero solo si el objetivo es matar rusos, y no enriquecerse vendiendo más armas. O colocando a terceros el desecho de tienta de las «armas viejas». Hasta para la despoblación ha tenido Francisco palabras de consuelo: solo hay que poner esos pueblos vacíos de España, con sus «veinte viejecitas» per cápita, a disposición de las políticas migratorias europeas. Y ya está.
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«Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así», pensaba Daniel el Mochuelo en el inicio de 'El camino'. Menos mal que nos queda Delibes. Ahora, la misma frase, pero de otra manera, la dice su hija Elisa: «¿Podía haber algo mejor? Igual sí, pero me resulta difícil pensarlo». Las cosas han sucedido así, y en el plazo de un año, Putin mediante, Valladolid tendrá un nuevo lugar de peregrinaje para los millones de admiradores de don Miguel en todo el mundo. El licenciado Butrón, allá en el limbo de los oidores, seguro que está contento, porque él, como gran abogado que fue, se anticipó siempre a aquello de Voltaire de que lo óptimo resulta ser enemigo de lo bueno.
Las veinte viejecitas que quedan en alguno de esos muchos pueblos olvidados de Castilla seguro que también se reconfortan, mientras recogen leña para sus chimeneas, ajenas a las incógnitas de los grandes planes energéticos del mundo. «Seguramente en la ciudad se pierde mucho el tiempo –pensaba el Mochuelo– y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no alcance a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón». O una tasa sobre los beneficios de las energéticas de un impuesto sobre su facturación. Ardua polémica. El caso es el frío.
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