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Por más que nos esforcemos en olvidar los efectos letales de la pandemia de 2020 en las residencias de mayores, la sensación de culpa sigue ... pegada a nosotros, aunque no seamos directamente responsables de la escabechina. Recordar aquellos días con la Unidad Militar de Emergencias entrando en esos morideros para rescatar cuerpos es un ejercicio doloroso que no debería repetirse jamás. El asilo (llamemos a las cosas por su nombre) de la Diputación vallisoletana sufrió las consecuencias letales de la covid, exactamente igual que casi todas las demás instituciones similares. Y digo lo de casi porque algunas gestionadas por la Junta en Valladolid tuvieron índices de mortandad sensiblemente menores.
Cuando evoco aquellas escenas se me nublan los ojos tratando de asimilar la muerte en soledad confinado en un sitio al que tus familiares no tienen acceso y donde cada día hay más camas disponibles y habitaciones vacías.
Este diario, en aquellas fechas terribles, dedicó varios reportajes a la residencia Cardenal Marcelo, gestionada por la Diputación y donde fallecieron decenas de mayores. Ahora que vuelven otra vez a asomar el hocico los jinetes del Apocalipsis, es seguro que los gestores de estos centros están mucho más preparados para hacerles frente.
La pregunta es: ¿estamos nosotros ya concienciados de que la soledad mata más que la covid? Y para curar este mal no hacen falta medicinas…
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