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Vista del monte Testaccio en Roma. GOOGLE MAPS
El monte de las ánforas rotas

El monte de las ánforas rotas

La carta del director ·

«Cuesta creer que, a pesar de todo, mantengamos la esperanza de que en algún momento nuestra dirigencia política vuelva a emplearse en ejercicios constructivos y no en posiciones destructivas y rígidas»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 11 de agosto 2019, 08:23

En el centro de Roma, a orillas del Tíber, se eleva unos 50 metros sobre el suelo una colina llamada monte Testaccio. Ocupa una superficie de unos 20.000 metros cuadrados y está formada por los restos de más de 25 millones de ánforas acumuladas ... entre los siglos I y III dC, según estiman los arqueólogos. La mayoría procedían de la provincia Bética –por ejemplo de Córdoba– y llegaban por barco a la capital del imperio llenas de aceite de oliva. Este producto se utilizaba sobre todo como alimento, como en la actualidad, pero también para alumbrarse o preparar ungüentos curativos y de belleza. Roma llegó a superar en aquella época el millón de habitantes, por lo que el suministro de aceite procedente de otros territorios era abundante y constante. Los mercantes remontaban el curso del río y, llegados a puerto, se descargaba el líquido en depósitos mucho más grandes. A continuación, los recipientes, las ánforas, se desechaban porque el aceite, al empapar la cerámica, las dejaba inutilizables para usos posteriores. Esos restos se fueron apilando durante siglos en ese monte de las ánforas rotas, como escamas de barro cocido, tratadas con cal para evitar olores. Ahora el promontorio está cubierto de vegetación y, a simple vista, nada lo diferencia de cualquier otro formado por la naturaleza. Desde hace décadas, equipos de investigadores, principalmente españoles, excavan en su interior buscando información para conocer mejor la historia cotidiana de aquella época. Para un observador profano, se trata de un monte normal y corriente. Los científicos lo consideran un inmenso y valioso archivo, un gigantesco puzle, un complicado jeroglífico. Todo comenzó, sin embargo, como un enorme vertedero.

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