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Un ratón gigantesco aparecido en la ciudad de México, no se sabe muy bien si vivo o muerto, pero en todo caso atorado en las ... alcantarillas, a su vez anegadas por las inundaciones y la mierda. O un roedor que recuerda sospechosamente en su fisonomía a aquel otro 'Ratón de Canarias' que fue encontrado en la casa de un tejedor y daba pie a las «relaciones graciosas y divertida» de los pliegos populares hace un siglo. Un perro salvado por tres obreros del hielo, supuestamente en un parque de la ciudad rusa de Ekaterimburgo. Aparente mascota que –como en tantas y bien conocidas narraciones de animales domésticos que luego resultan ser salvajes– no era tal sino un verdadero lobo, una fiera, una bestia peligrosa que, al ser llevada al hospital (no al veterinario), mostrará su auténtica naturaleza.
Algunas de las leyendas con semejanza de noticias, que llegan por vía de los apócrifos medios digitales, vienen acompañadas de fotografías o videos para volverlas más verídicas. Y, en los casos concretos del enorme ratón o del feroz cachorro de lobo, la documentación visual es profusa, mientras que el texto vaga en la indefinición propia de los mitos y los sueños. Sin embargo, muchos consumirán el conjunto de imágenes y palabras como un suceso real. Lo que no es nada raro ya que nos hemos acostumbrado a lo monstruoso y extraordinario. Vivimos en el absurdo, el sinsentido o disparate de un mundo que se derrumba y otro que llama a la puerta de lo desconocido. Por lo que dichas historias han de ser tomadas como vestigios de una época en que el pasado tarda en retirarse y el futuro no acaba de arribar.
La pantera de Granada se comió al cocodrilo del Pisuerga, lo que –por insólito que parezca, y para que el suceso cobre cierta credibilidad– se documenta también con la correspondiente foto de un gato negro mostrando un lagartito entre sus fauces. El cocodrilo vallisoletano ha sido la última gran fábula. La metáfora de lo que algunos consideran el final anunciado de una decadencia que parecía eterna. La agonía de un territorio que languidece entre la desidia administrativa y los secesionismos rampantes. Pues nuestros políticos, hoy, se alegran del confinamiento de Madrid como mejor noticia posible para Castilla y León –que está entre las regiones más infectadas– porque ello habrá de repercutir positivamente en la amenazante escalada de brotes de esta Comunidad Autónoma.
Una 'buena mala noticia', la única en los tiempos recientes, que –en realidad– lo que indica es un contexto social y económico bastante triste: la deprimente situación de que, tal y como se viene arrastrando en las últimas décadas, una proporción no irrelevante de la gente de nuestra tierra que trabaja lo hace en Madrid, yendo y viniendo cada semana y –en ocasiones– en el día a día. Trenes interminables y constantes de trabajadores en su mayoría jóvenes que conocen las idas de madrugada hacia sus ocupaciones; y el regreso por la noche desde la gran urbe; las prisas casi desesperadas por los túneles del metro; las carreras acrobáticas de escalera mecánica a escalera mecánica; los agobios por llegar o no llegar; las luces de farolas y semáforos que jalonan avenidas delirantes, escoltando a las víctimas de la ansiedad.
Puesto que estos relatos de misteriosos animales nos cuentan mucho más de lo que podríamos creer sobre lo que está pasando. No son ciertos en un sentido estricto, pero –aunque falsos– hablan de una verdad: la verdad fea del recelo y la incertidumbre hacia lo que nos rodea. Su moraleja es la desconfianza, todo lo malo que puede ocurrir si tenemos la tentación de ser compasivos con un ser aparentemente indefenso al que desconocemos. O –también– la atroz enseñanza de que nos acechan entes horribles en los que ya no creíamos bajo el suelo de la metrópolis; de que, mientras nos hallamos cercados por la insalubridad, lo atávicamente salvaje y las criaturas mutantes asedian nuestro refugio. Y aumenta la evidencia de que no son tanto los peligros de fuera a quienes debemos temer, sino que –llamémosle 'globalización', 'sobremodernidad' o 'caos'– hemos estado alimentando a un monstruo que vivía entre nosotros.
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