Mónica

Es fácil hasta para el lector, que no tiene que enfrentarse a un asunto que le incomode. Preferimos, en tiempos de hedonismo y filtro burbuja de las redes sociales, temas sencillos, vídeos simpáticos, debates sin gama media y 'me gustas' que confirmen que nosotros somos los que estamos en el lado de la razón, y no los otros. Informaciones que nos den seguridad, como leer que el violador del ascensor, el mal mitológico en Valladolid, ha vuelto a ser condenado y saldrá de la cárcel con 82 años. Como esas series en las que el sociópata asesino nunca es detenido, sino que se le mata y punto. Buenas noches, duerme tranquilo.

La parte dura del periodismo es Mónica. Sus frases. La punzada que sientes al leer que 27 años no han mitigado el dolor de aquel día en que el violador del ascensor la convirtió en víctima, quebró la persona que era hasta entonces y transformó su vida. Para siempre. Condenada al recuerdo perpetuo. Son temas que a lectores y periodistas –como le habrá pasado a mi compañera Lorena Sancho, seguro– nos persiguen mucho tiempo después. Reescuchas las frases. Las hilvanas con otros contextos. Y te preguntas qué será de esa chica de 14 años a la que violaron en grupo y a la que se mira con condescendencia porque al fin y al cabo bebió, y era menor, y qué hacía por ahí a esas horas. Y lees que hay jueces capaces de matizar, en ese caso, entre agresión y abuso. Y se te agarra a las entrañas su condena al recuerdo perpetuo.