Molesta Navidad
Fuera de campo ·
Me perdonarán la consciente provocación de desearles una feliz Navidad y pedirles que no se olviden nunca de ese niño del pesebre que es fuente de alegría y esperanzaSecciones
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Fuera de campo ·
Me perdonarán la consciente provocación de desearles una feliz Navidad y pedirles que no se olviden nunca de ese niño del pesebre que es fuente de alegría y esperanzaLa Navidad aparece cada vez con más claridad ante nosotros como una ceniza todavía ardiente de un viejo fuego que pareciera consumirse. Es, en realidad, casi lo único que nos queda de ese lejano (es un decir) pasado en el que los hombres todavía practicábamos ... esa forma de humildad que consiste en creer en Dios, y, por tanto, reconocer que nosotros mismos no somos dioses. Pero vivimos tiempos de idolatría del ego y de destrucción de toda noción del límite (ya hemos llegado hasta a negar los límites de lo biológico, de lo que nos viene dado a través del cuerpo), de modo que la Navidad no puede menos que ser un puro incordio, un recordatorio molesto de otras edades pasadas en las que aún conservábamos sentido de la inocencia.
La Navidad exige esfuerzo, qué duda cabe. Y cada vez estamos menos por la labor. Las reuniones familiares, el encuentro con los que hace tiempo que no vemos, con aquellos con los que puede haberse abierto una brecha afectiva, a causa del roce, reclaman de nosotros una incómoda capacidad de salir de nosotros mismos. Para ir al encuentro de ese prójimo próximo y mantener vivos unos lazos mínimos de fraternidad. Pero en la era de la realidad virtual y la satisfacción de los deseos a golpe de clic hasta esto resulta fatigoso.
La Navidad es terriblemente molesta también porque nos recuerda a los ausentes, a los que quisimos y ya no están con nosotros para disfrutarla. Vamos perdiendo la capacidad de convivir con el dolor de la ausencia, pese a que esa conciencia amarga de la carencia es lo único que mantiene vivos a nuestros seres queridos en el recuerdo. Mucho mejor entregarnos al desarraigo del olvido. Todo lo que duela debe ser expulsado de nuestras vidas. Esta es la nueva regla de oro de estos tiempos.
Pero lo más intolerable de la Navidad es que es la fiesta de la vida y la celebración de la maternidad. Y esto, poco a poco, y casi sin darnos cuenta, se ha ido convirtiendo en intolerablemente sexista. Es muy de agradecer que Leticia Dolera, en su serie feminista 'Vida privada', haya abordado el embarazo, sobre todo, desde la esperanza y el gozo. Pero ello no oculta que los mensajes contrarios cada vez abundan más. Opinadoras como Elisa Beni ya dicen sin pudor que tener hijos en las condiciones a que obliga la naturaleza es un atraso inaceptable. Y la prensa más preocupada por nuestro bienestar moral no deja de asegurarnos que las solteras sin descendencia son mucho más felices. Que esta indisimulada campaña antinatalidad sea culturalmente aberrante y demográficamente suicida no se ve como problema. Una vez negado el principio de realidad, todo vale.
De modo que, con este panorama, ¿cómo no va a resultar cada vez más perturbadora esta celebración, si es un recordatorio completo de todas nuestras derivas insensatas y de todos nuestros caminos (re) torcidos?
Pese a todo ello, me perdonarán la consciente provocación de desearles una feliz Navidad y pedirles que no se olviden nunca de ese niño del pesebre que es fuente de alegría y esperanza. Cuiden esa ceniza para que no se apague.
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