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Leve con los niños e implacable con los enfermos y los ancianos. El coronavirus sigue su marcha amenazando vidas y haciendas. También la concordia gubernamental, ante la precipitación de alguna. Si empresas y trabajadores se hubieran tomado al pie de la letra las instrucciones ... de la ministra de Trabajo, a estas alturas lo de los mercados españoles más que caída habría sido un barquinazo. Menos mal que la mano justiciera de la Moncloa vino a dar oportuna colleja a la impulsiva Yolanda Díaz. En el caso del Covid 19 al que hay que escuchar, dijo, es a Salvador Illa. Más bien a Fernando Simón.
Las prisas no son buenas consejeras. Más de lo mismo le ha sucedido esta semana a su colega Irene Montero. Que a la ministra de Igualdad le afeen su impericia jurídica no es como para tildar de machista al que la corrige. Y menos cuando la corrección viene sobre algo tan de largo alcance como es la ley de libertad sexual. Lo de machista frustrado, en versión del visir Iglesias, o lo de machote, en la de su antiguo vocero Echenique, no parece que sea algo que le cuadre al ministro Campo. Y tratar de hacer pasar el rigor legal por machismo resulta como poco inquisitorial.
Así las cosas, Cayetana Álvarez de Toledo piensa que antes que aceptar la ayuda de su marido, lo que tendría que haber hecho Irene Montero, en el ejercicio de su libertad sexual, es mandarle a dormir al sofá. E Irene Montero cree que antes de abrir la boca lo que tendría que hacer Cayetana Álvarez de Toledo es sentir un mínimo de respeto hacia los demás. Algo que solo se aprende cuando se viene de una familia humilde, como la suya.
No de humildad, pero sí de modestia, habló el esposo de Irene Montero en la Complutense. Porque a los chicos del Frente Obrero les pasa un poco lo que a Cayetana: que no llevan bien lo del ascensor social. Vendeobreros, le llamaron, instalando el neologismo. Y él no lo negó. Ni lo de vendeobreros ni lo de traidor ni lo de vendido al capitalismo. Lo único que les pidió es que escucharan lo que tenía que decirles un «modesto reformista» como él.
Quien construyó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología aneja al Palacio de la Moncloa sabía bien lo que hacía: formación dual con opción directa a empleo en el Gobierno. Ya les tocará a ellos ser presidentes. O vicepresidentes. Por eso, citando sin citar a Maquiavelo, el señor Vendeobreros dejó en al aire para sus interruptores una frase histórica: «La radicalidad que tiene uno no está en lo que dice, sino en lo que consigue». Lástima que en vez de Políticas no hubiera estudiado Filosofía.
Y el que no dice nada de todo esto, por cierto, es Pedro Sánchez. Es verdad que, visto lo visto, las jornadas de confraternización de Quintos de Mora han servido para poco más que para hacer arder de celos a la vicepresidenta Carmen Calvo. Pero al menos un beneficio sí hemos tenido. Con el ruido de sables ministeriales, en toda la semana no hemos oído decir ni pío a Torra. Si hubiera que medir su radicalidad entre lo que dice y lo que consigue, como apunta don Modesto Reformista, hace mucho tiempo que ya debería estar callado. Pero del todo. Que siga el espectáculo.
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