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Un relato mítico dice que Nemrod fue el primer rey que usó una Corona descendida del cielo en un acto de idolatría y de culto al fuego. Éste fue el primer impulso del hombre primitivo, concentrar el poder en el más fuerte para organizar la ... vida en común. Se legitimó ese poder único vinculándolo con elementos naturales, origen de la vida, curación de enfermedades, miedo a la muerte, sangre azul, guerra y, sobre todo, con la religión.
Sin embargo, griegos y romanos hallaron otra vía para ordenar la política desde abajo (la polis) y crearon un sistema civil de gobierno elegido por el pueblo, llamado república. Pero la humanidad ha usado durante más tiempo la autoridad venida desde arriba que la elegida desde abajo.
En las Españas, en 1600 años han gobernado más de 160 reyes: Visigodos, suevos, astures, castellanos, leoneses, navarros, aragoneses, Austrias, Bonaparte, Saboya y Borbones. Las dos repúblicas y la dictadura fueron apenas interregnos del 3% del tiempo. Es decir, fueron monarcas los que gestionaron el legado político, religioso, cultural, lingüístico, artístico, literario y económico que hemos recibido.
Nuestro conjunto de reinos medievales se unió bajo los Reyes Católicos, logró un imperio donde no se ponía el sol y acabó formando un modesto reino gobernado por cuatro dinastías foráneas. La aristocracia medieval vinculó este poder a una dinastía como un mayorazgo político para transmitirlo al primogénito. Tal endogamia aseguró la herencia del poder, pero deterioró la normalidad genética de los descendientes. Ello promovió la infidelidad y los hijos bastardos como una solución dinástica a la esterilidad de la reina o al nacimiento de discapacitados.
En el siglo XVIII el racionalismo de las revoluciones americana y francesa secularizó el poder, lo desvinculó de la religión y de la monarquía y lo convirtió en civil y representativo. En España, la Pepa de 1812 se apartó de este modelo y celebró el aniversario de la coronación de Fernando VII proclamándole monarca constitucional.
La monarquía teocrática medieval, convertida en dinástica absolutista durante el Estado moderno, pasó a ser constitucional y democrática en el siglo XIX. El intenso paréntesis de la revolución de 1868 planteó el primer debate monarquía-república. Tras el exilio de Isabel II, se subastó el trono que ocupó Amadeo I de Saboya en la monarquía democrática votada en 1869, cuya rápida dimisión precipitó la primera república en 1873. Al final, cinco Borbones, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII y Juan Carlos I abdicaron o se exiliaron.
La Restauración inventó luego el caciquismo para sostener su monarquía conservadora. Cánovas creó el mito histórico de que sólo la monarquía católica era capaz de evitar las crisis del Estado. Se enseñó una historia nacional, se inculcó la monarquía en la mente infantil y se nombró al rey soldado jefe de las fuerzas armadas.
Aunque la experiencia de las dos repúblicas españolas fracasó por la rémora mental clerical y militarista, planteó en España el profundo e inacabado debate sobre monarquía o república, que ha pervivido latente bajo crisis de Estado y guerras civiles.
Entró en crisis la monarquía de Alfonso XIII bajo Primo de Rivera (¡a mí no me borbonea nadie!) y se exilió con la República en 1931. Durante la guerra civil, la monarquía latió oculta en el bando nacional. Franco sometió a Juan Carlos a una sucesión controlada y rechazó la monarquía parlamentaria que quería su padre, el Conde de Barcelona.
Al aprobar la Constitución de 1978 votamos una monarquía parlamentaria. El consenso y arbitraje de la Transición nació del miedo a otra guerra civil que obligó a comunistas, socialistas, franquistas, curas, militares, sindicatos y empresarios a sobrevivir en convivencia democrática con la monarquía.
Fue el partido socialista el principal defensor de la monarquía en la Transición. Políticos y presidentes de gobierno, empresarios, periodistas, sindicalistas, universitarios y líderes de opinión pública miraron a otro lado al conocer indicios de corrupción ética y económica en La Zarzuela. Contentos con la campechanía del Borbón, muchos no monárquicos se decían juancarlistas. Hubo censura de las críticas a la Corona, tanto que entonces no se habrían publicado los documentos que hoy conocemos. El historiador Josep Fontana fue una excepción cuando resumió los problemas de algunos Borbones con tres claves del mito (dinástico), el rito (religioso) y el pito (mujeriego).
Se conmemoró a Isabel I, descubrimiento de América, Carlos V, Felipe II, Carlos III, Isabel II. Se premió a historiadores que colgaron en la solapa de Juan Carlos I la medalla de ser el motor de la Transición. El 23F consolidó la imagen del rey salvador de la democracia. Varias series televisivas recalcaron el prestigio monárquico ante el pueblo.
Pero la profunda crisis de 2008, la aparición de los Indignados, los populismos radicales en 2011 y 2014 y la pandemia de 2020 están cerrando el ciclo de la Transición. La monarquía ha perdido apoyo en las nuevas generaciones, los nacionalismos independentistas han minado la imagen de los Borbones, la república ha dejado de demonizarse, el mito dinástico ya no cala en el pueblo que discute su aforamiento, desde las cloacas del Estado Villarejo ha movido los cimientos de La Zarzuela, muchos jóvenes solo conocen al rey de Botsuana, Corinna y el maletín.
Hoy se justifica a Juan Carlos por el legado de su colaboración en la Transición democrática y en la entrada en Europa, pero muchos historiadores interpretan estos pactos más como autodefensa de la Corona que como convicciones democráticas. La democracia fue utilizada por Juan Carlos como escudo autoprotector de supervivencia ante el golpe de Estado del 23F.
No es correcto su abandono de España. Ante lo que conoce la sociedad, debió comportarse como un ciudadano responsable y valiente, ponerse a disposición de la justicia, reconocer los hechos, devolver el patrimonio apropiado y aceptar su posible condena. No es un exilio, pero es una salida no ejemplarizante. El pueblo no entiende que a un español que va a ser investigado por incumplimiento fiscal se le ofrezca un puente de plata.
La misma democracia que defendió exige investigar y condenar los comportamientos corruptos de Juan Carlos I. Y los cambios generacionales parecen aconsejar que España debata una reforma constitucional de la forma de Estado.
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