Ibarrola

Los misiles de Alá

«Aquella Franja de tierra, hogar y sepulcro de dos millones de palestinos, es otra vez un campo sembrado de bombas que caen como un castigo inevitable sobre una cárcel sin techo rodeada por un silencio universal»

Agustín Remesal

Valladolid

Domingo, 16 de mayo 2021, 08:16

La industria furtiva de los cohetes Kassam, excelente arma palestina de ataque, forma parte de los secretos mejor guardados de las milicias de Hamas en la franja de Gaza. Antes de que llegaran a sus arsenales los misiles M-75, de fabricación propia, los Fajr- ... 5 servidos por Irán y los M-303 suministrados desde Siria, los primitivos Kassam se fabricaban en talleres clandestinos camuflados en sótanos bajo los edificios de la ciudad de Gaza y en Jan Yunes. El primer modelo de ese cohete medía sesenta centímetros de longitud y estaba provisto de una cabeza de lanzamiento que pesaba apenas medio kilo para su rápida elevación y un alcance máximo de tres kilómetros. Pisando sobre un amasijo de chapas retorcidas y otros escombros metálicos, residuos de un taller destruido horas antes por las excavadoras israelíes, el jefe de un comando de Hamás me confesó hace dos décadas su creencia ciega en la victoria final contra el poderoso ejército israelí: - Algún día llegaremos hasta Jerusalén con esta artillería que Alá nos ha inspirado. Él nos protege de los judíos con estos cohetes.

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Las sirenas ulularon desde media noche el pasado martes en Jerusalén y Tel Aviv con el siniestro anuncio del ataque: los misiles de Alá estaban a punto de alcanzar los objetivos soñados por las milicias islámicas de Gaza desde hace mucho tiempo. La capacidad de ese ataque aéreo palestino contra su enemigo gigante se ha multiplicado por cien desde aquellos años de artesanía artillera. El mando militar de Hamás en la Franja practica ahora en el disparo masivo de misiles, camuflados durante su lanzamiento por proyectiles ligeros cuyo resplandor deslumbra la visión del sistema «Cúpula de Hierro», el procedimiento de protección del ejército israelí capaz de detectar esa lluvia de misiles de largo alcance. La batalla aérea ha desbordado las previsiones de los comandos de Hamás en Gaza, capaces de disparar en un solo día centenares de esos cohetes de largo alcance, cuyo efecto mortífero ha multiplicado esta semana el de los arcaicos Kassam inspirados antaño por el mismo Alá.

Con la puntualidad y contundencia que forma parte de su manual de uso desde que gobierna Israel, hace doce años, el Primer Ministro Netanyahu ordenó una inmediata represalia: bombardeos nocturnos de varias ciudades de Gaza, destrucción de los edificios donde se sospecha que se esconden los líderes y los arsenales de Hamás, con la prevista reacción de multitudinarias manifestaciones islamistas en Cisjordania y Gaza y lacrimosos e interminables entierros de las víctimas. Aquella Franja de tierra, hogar y sepulcro de dos millones de palestinos, es otra vez un campo sembrado de bombas que caen como un castigo inevitable sobre una cárcel sin techo rodeada por un silencio universal. Los lamentos de los funerales y los gritos de las manifestaciones quedan ahogados en el mutismo de quienes, líderes e instituciones mundiales, practican otra vez sin disimulo la cautela de su interés político.

Reina el silencio también en las ciudades israelíes objetivo de los misiles de Alá, Jerusalén, Ashdot, Berseeba; y hasta en la hedonista Tel Aviv, cuyas gentes vuelven a encerrarse en los refugios como en la época de guerras pasadas y avisan luego de sus temores: que los misiles palestinos alcancen, por ejemplo, la central nuclear de Dimona. Crece la sospecha de que el odio entre enemigos irreconciliables, sobre tierra tan santa y tan seca, desemboque en una verdadera guerra si el ejército israelí cruzara de nuevo la frontera e invadiera Gaza, tras un periodo de ataques aéreos, con el fin de aniquilar definitivamente al enemigo islamista como amenaza Netanyahu. La escalada de esa beligerancia entre Israel y Hamas se anuncia ya como a un mal irremediable, si prospera la estrategia del Primer Ministro israelí de poner al país en llamas y no llegan los avisos pertinentes de la comunidad internacional.

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Aprovechando esa oportunidad bélica plagada de riesgos, Benjamin Netahyahu pretende alargar la tregua que ha conseguido para seguir en el poder, tras la convocatoria de cuatro elecciones generales en los últimos dos años, ante su imposibilidad de formar gobierno. No es probable que en un estado de urgencia sus adversarios políticos, divididos en cinco partidos con representación parlamentaria, logren el consenso y acusen al Primer Ministro de practicar una violencia injustificable contra los palestinos. Los partidos gobernantes se han negado siempre a depender de los votos de los parlamentarios árabes y éstos renegarán a la hora de aprobar cualquier acción militar contra los palestinos de Gaza. La urgencia de otra guerra, incendiada desde el gobierno provisional de Israel con una habilidad milimétrica (represión de las manifestaciones palestinas en Jerusalén, réplica con disparos de misiles de Hamas desde Gaza y bombardeos israelíes indiscriminados), ahoga la alternativa de la formación de un gobierno encabezado por el líder centrista y jefe de la oposición Yair Lapid. El peligro de una guerra total, según él, no puede ser una excusa para mantener a Netanyahu y su gobierno, sino todo lo contrario.

En Gaza, los vítores se convierten en miedo y desesperación mientras Hamás exhibe con sus misiles una potestad sobre todos los palestinos que no posee; y en Jerusalén, Benjamin Netanyahu muestra el liderazgo de un jefe puesto en entredicho por las urnas. En esa región tan hostil y volátil, donde a veces reinan sólo las leyes de la guerra, los extremistas se necesitan y se apoyan unos a otros. Para hacer callar a las armas, la amonestación y la mediación internacionales no pueden permanecer en silencio.

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