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Dicen en los pueblos – en las ciudades ya no hay campanas y es una pena – que no se puede estar en misa y repicando. Traducido a la política bien podría ser que no se puede estar en el Gobierno y en la oposición al tiempo ... . A la vista del panorama, es lo que está ocurriendo. En el Gabinete que preside Pedro Sánchez hay ministros que demuestran más interés en apuntarse méritos entre sus fans que en sacar proyectos importantes adelante.
El penúltimo ejemplo es la reforma laboral que levanta euforia entre algunos, como si por mucho que se cambie su contenido se van a crear más puestos de trabajo y mejor remunerados. Pocos dudan que la existente es mejorable y que algunos cambios beneficiarían a los trabajadores, que es la parte más necesitada de la sociedad, pero cuando se habla de derogación de esta ley que existe surge la pregunta, ¿a cambio de qué?
Imagino que a estas alturas no se estará pensando en copiar la que existe en Venezuela, Cuba o Corea del Norte. La ley que necesitamos debe estar acorde a las circunstancias del momento y del lugar. Una ley como la que algunos propugnan chirriaría en el contexto europeo y crearía muchos problemas en las relaciones internacionales en general y comunitarias en particular. En España, como en sus 26 socios, cuando se legisla hay que mirar a Bruselas y a los tratados de la UE.
Reformar y hasta derogar la reforma laboral heredada fue una de las promesas de la izquierda en las últimas elecciones generales. Era un proyecto fundamental para sus campañas. Entonces se veía, además de más favorable, bastante factible hacerlo. Ahora que se ha retomado la idea, las circunstancias son otras. Hemos pasado año y medio de una pandemia que ha cambiado muchas circunstancias.
La realidad es otra: la recuperación económica, que es prioritaria, pende de dos hilos: la ayuda que se está esperando recibir de Europa y la estabilidad económica interior. Ambas dependen en gran medida de la normalidad en el funcionamiento de la política y de la visión de futuro que muestren sus profesionales. El momento es de arrimar el orden, no de practicar la demagogia ni de generar dificultades.
Cogobernar, función de las coaliciones, implica contribuir a lograr acuerdos internos, a conjuntar soluciones y a impulsar los proyectos siempre desde el realismo, no desde la utopía de los intereses electorales que una parte pretenda capitalizar en su beneficio exclusivo pensando más en las urnas próximas que en la realidad con que hay que se impone gestionar el presente.
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