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Exterior del Palacio de Hielo. Europa Press
Mirar ataúdes

Mirar ataúdes

«No le gusta a alguna gente porque entristece, porque aterra, porque sobrecoge y porque para la respiración»

Chapu Apaolaza

Valladolid

Jueves, 9 de abril 2020, 08:10

Sobre la pista de patinaje donde torpeaban hasta ayer los enamorados, el señor Muerte alinea las cajas por orden alfabético. Una fila es la G y otra es la H. La escena aparece en la foto de Fernando Lázaro que publica 'El Mundo' en su portada. No le gusta a alguna gente porque entristece, porque aterra, porque sobrecoge y porque para la respiración. Yo creo que si te entristece, si te aterra, sobrecoge y te para la respiración -si te duele al fin y al cabo-, es bueno mirarla porque en ese momento, lo estás entendiendo. Porque lo que uno siente, lo que uno se aterra, lo que uno se sobrecoge y el dolor que uno experimenta viendo una foto siempre es menos que el dolor mismo. El periodismo te lleva a los mundos reales. Si esos mundos son insoportables y el periodismo resulta insoportable, es que es bueno. Para lo demás, está el Disney Plus.

Algunas veces me tocó enviar textos oscuros desde lugares oscuros y cada vez había alguien ofendido al otro lado del papel que me reprochaba que mis crónicas dolían. Y tenían que doler. Las cifras por sí solas son eso: magnitudes. No recuerdo cuántos mataron en Bataclan, pero me acuerdo de una bicicleta que alguien se dejó en la puerta aquella noche y que fueron cubriendo las flores y la cera de las velas. Un lector me reprochó esa imagen; también le resultó insoportable.

Se entiende que las fotos de los frigoríficos incomode a los familiares de los que pasaron por la morgue, pero también ofende cómo parte de una sociedad se entera un mes después de cuánto se muere la gente, y se queja porque las lágrimas le han salado las torrijas. Hemos pasado un mes aplaudiendo en los balcones, bailando, versionando canciones y horneando masa madre. Y está bien, o no. España ha sobrevivido durante este tiempo a base de optimismo y de conseguir que los muertos parezcan un número. Nos hemos resguardado en aplaudir justamente a los sanitarios, en saludar de lejos al vecino, comer más de la cuenta, en decir que nos aburrimos -mentira-, en recomendar series, hacer lipdubs en las puertas de las UCIS. Hemos tejido un andamiaje moral de curiosas motivaciones, algunas justificadas, bellísimas y eficaces subjetivamente. No entro en cómo ha pasado esto cada uno, pero creo que ha llegado la hora de contar ataúdes.

Se han ido 14.000 personas. A mí me salen 52 accidentes aéreos. Hoy caerán otros tres aviones. Esa gente tenía un nombre, una soledad y un duelo que no hemos cumplido y que tendremos que hacer en algún momento. Todos esos se siguen yendo sin los suyos, rodeados de extraños, aterrados y sin siquiera el tacto de una piel. Siguen ahogándose en las urgencias, en los hoteles medicalizados, en las UCIs o incluso solos en casa. Mientras pinchamos David Guetta en la terraza, algunos de sus familiares en el edificio de enfrente buscan por los tanatorios el cuerpo de su padre, su hermano o su hijo. Ahí al lado, alguien se ahoga en su casa.

Nos merecemos arcoíris en las ventanas y canciones sobre la alegría, pero se merecen -nos merecemos- también un minuto de silencio al día o algún día se nos dibujará un socavón en el pecho. Dicen que no es el momento de llorar, ¿cuándo lo será? No hay una fecha, no va a haber un día después, ni un mes después, porque no va a parar. Tendremos que empezar a callar, aunque sea un instante entre canción y canción.

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