Mirar al río
La carta del director ·
«Merecería que la ciudad conociera su río mucho mejor. Pero sobre todo merecería que sus habitantes, líderes y dirigentes lo abordaran como un todo protagonista por sí mismo»Secciones
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La carta del director ·
«Merecería que la ciudad conociera su río mucho mejor. Pero sobre todo merecería que sus habitantes, líderes y dirigentes lo abordaran como un todo protagonista por sí mismo»UNA mujer delgada de mediana edad, vientre liso y piel de brillante reflejo por el aceite bronceador, se acomoda en una toalla para tomar el sol y leer un libro recostada en un pequeño muelle de rejilla metálica situado en la orilla del Pisuerga, frente ... al club de piragüismo Cisne. Remontando el curso solo unos pocos metros, en el pantalán principal de esa escuela de canotaje, varios adolescentes se bañan en el río, escuchan música de Ozuna en un altavoz portátil inalámbrico y descorchan su perpetuo presente con risas estridentes, pelo largo, chapuzones y jugueteos. Aún más arriba, bajo el puente de la avenida de Miguel Ángel Blanco, tres chicos se encaraman peligrosamente a uno de sus arcos para zambullirse desde demasiada altura.
La ribera oriental del río tiene de todo para pasar una tarde de verano. Tiene también un manantial, el de la Virgen de Lourdes, antiguos vestigios de las tenerías de los curtidores de la ciudad, un montón de zonas deportivas, áreas de pesca sin muerte, palomeras, caminos, carriles y senderos, una playa con mirones y clases de gimnasia, la boscosa cascada de la desembocadura del Esgueva, merenderos, fuentes, parques infantiles, jardines, un enorme espacio para que corran los perros, una barcaza turística, patines acuáticos... Tiene hasta el recuerdo de la primera inmersión larga con buzo que se hizo en el mundo, allá por agosto de 1602, ante la mirada paciente del Rey Felipe III y gracias al inventor y militar navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont. Acaba de inaugurarse una pista de patinaje acrobático, junto a la Rosaleda. Pero, sin embargo, al Pisuerga le sigue pasando que para mirarlo, para contemplarlo, tienes que cruzarlo. Le pasa que está más presente como refrán que como auténtica espina dorsal viva de Valladolid. Cuesta hacer un plan con la familia en el río, así, en general. Vamos al río. Porque sus orillas son todavía un espacio dominado por la maleza y la vegetación desatada. Se necesita alma de explorador y un buen repelente de mosquitos. No dispone de vías de tránsito homogéneas ni bien señalizadas. Una persona mayor puede atascarse en los sube y baja de gravilla que hay detrás de Juan de Austria. Igual que un niño en bicicleta. Las dos ruedas no siempre conviven bien con el cruce de peatones y mascotas por la anchura y disposición de los caminos. Hay tierra, hay piedras en algunos tramos. A veces es muy incómodo… Y mientras, el río, salvo desde la arena de las Moreras, ni se ve. Ni existe. Ni se escucha su murmullo siquiera. El Pisuerga es, en definitiva, como Pucela, un desordenado mosaico heredado de una historia larga y complicada. Es la acumulación, de algún modo anárquica, escasamente planificada, de infraestructuras, instalaciones y entornos tan lógicos como inconexos. Por eso es tan poca la gente que uno se acaba cruzando por sus paseos. Mucha menos de la que frecuenta, por ejemplo, el carril que enlaza el final del Paseo de Zorrilla con Puente Duero, bastante más aburrido.
Merecería que la ciudad conociera su río mucho mejor. Pero sobre todo merecería que sus habitantes, líderes y dirigentes lo abordaran como un todo protagonista por sí mismo, más que por lo que puede establecerse, desarrollarse o quizás morir o desperdiciarse por al poco uso en sus márgenes. Si Valladolid quiere parecerse a París o a Berlín, digamos, debiera fijarse en cómo el Sena o el Spree son, por encima de todo, sus dos orillas, cauces abiertos al esparcimiento, visibles no solo desde sus pasos elevados. Lugares previstos principalmente para algo tan sencillo y valioso como apenas mirar al río y disfrutar de ello. Hay muchos otros ejemplos en España. Serviría además para superar de una vez por todas el fallido soterramiento y enfocar un plan de ciudad con un nuevo objetivo netamente urbano que, además, lo queramos o no, siempre estará ahí.
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