Hay frases y conceptos que guardamos asociados a alguien y que por viejos que sean están ahí, anclados en la memoria. Uno de ellos, por reiterativo, es el otoño caliente, una locución repetida hasta la saciedad por los sindicatos a principios de verano. Desde la ... Transición hasta antes de ayer, era titular recurrente y estival ese de 'Los sindicatos auguran un otoño caliente'. Y uno, con los calores de los inicios veraniegos, siempre imaginaba que la meteorología no daría tregua y que íbamos a estar asados sin piedad aún en octubre.

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Pero el cambio climático o lo que sea que esté pasando, ha debido sorprender a las centrales sindicales y ya no oigo la pichicharra de todos los años, que para ellos la temperatura del otoño debe depender de quien gobierne. El otoño sindical ya no es lo que era y eso que ahora nos vendría muy bien que fuera caliente para ahorrar gas y ser buenos europeos.

No van a poder cumplir con la tradición porque según todos los indicios nos morimos para siempre, que decía Blas de Otero, y conforme a todas las previsiones este otoño va a ser frío de inflación. Y ante esta perspectiva de mierda –con perdón–, los españolitos estamos desde el comienzo del verano como locos por viajar, por celebrar o por acordarnos de la madre que parió a quien nos vaticina negros nubarrones otoñales. El mundo por montera y en chanclas es nuestra respuesta; o en tanga, masculino y femenino para fastidiar a los agoreros.

Hasta que llegue ese 'minifin' del mundo, con cariño les invito a que disfruten, a que se beban la vida de un trago como los piratas a los que canta Serrat, aunque no tengan barco como el 'Mata Mua' de la baronesa Thyssen. Que mójense ahora por dentro y por fuera, antes de que en otoño el frío les cale hasta el bolsillo.

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