Milagros trágicos del campo

Granizos como garbanzos de La Bañeza, el cultivo tiroteado, y aquí que no queda más remedio que afrontar el tiempo y llamar al contestador del seguro agrícola. Porque después del granizo, queda el campo así, entre luces y sombras, y lo blanco apelotonado mostrando una culpa que tampoco podemos reprochar a una entidad tan poco pensante como el hielo que viene de las nubes, que pega fuerte contra la carrocería del tractor. Que hunde partes del techado del cochecito y que nos hace un daño inopinado.

Ver granizar no tiene nada de romántico. Es, en esta tierra amantísima, lo que más puede estropear una boda. Mucho más que el difícil traje de la suegra y todo ese despliegue moral para que las cosas salgan bien: siquiera un día.

Cuando graniza, se vuelve tarumba el reino animal, el alma pide jersey y vamos acordándonos de otros años, recientes, en los que también se echó a perder tanto amor al agro. Cuando aún retumban los gélidos pedrolos, se recomienda no encender el televisor por una cuestión de equilibrar los humores y de la tensión eléctrica.

Primero fue el granizo, después será la combustión espontánea del suelo. Poco se habla de estos milagros trágicos del campo.