Aunque han pasado muchos años, el recuerdo que dejaron en Europa los gobiernos nazis y fascistas siguen asustando. Hay personas que son felices viviendo bajo sistemas dictatoriales y represivos, les asusta usufructuar las ventajas que proporciona la libertad. Pero afortunadamente son las menos, a menudo ... bastante activos, eso también, pero minoritarios. Y cuando hablamos de nazismo y fascismo, podríamos incluir también a los comunistas que dejaron su memoria en la Unión Soviética y aún ejercen sus principios de mano dura en Cuba y Corea del Norte. Pero en los últimos tiempos es la extrema derecha la que inquieta más en las sociedades democráticas. Son sus enemigos más activos.
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Los partidos de extrema derecha han emergido en los últimos tiempos en bastantes países sembrando el temor a un retroceso en los tiempos y avances sociales conseguidos no sin esfuerzo. España no es una excepción: la democracia lograda y consolidada se está viendo empañada por organizaciones a las que reconoce lógicamente su legalidad aun sabiendo que son enemigos de sus principios constitucionales y a pesar de lo cual les presta cobijo político y espacio para el ejercicio de la libertad que odian.
La reacción que se está extendiendo es ponerles cordones sanitarios que impidan que su acción y difusión se extiendan. Por eso ha sorprendido, tanto en nuestro país como en el extranjero, que un partido de estas características haya conseguido entrar a formar parte de un gobierno democrático como el de Castilla y León. El propio presidente de los populares europeos dio la voz de alarma.
Hasta ahora participaban como asociados circunstanciales en otros, como Andalucía, Murcia y Madrid. Contribuían a completar mayorías parlamentarias e influyen con algunas imposiciones o condiciones a la hora de votar en las cámaras. Pero otra cosa distinta es que lideren parlamentos y gestionen consejerías desde sus exigencias retrógradas. En el propio partido que está ensayando esta coalición es contemplada como inoportuna. Su asociación estigmatiza las pretensiones de su futuro líder, Núñez Feijóo, de centrarlo y propiciar el bipartidismo que tan buenos resultados proporcionó durante las décadas en que practicó la alternancia.
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La propuesta que trae en cartera el futuro jefe del PP es que tras unas elecciones asuma el gobierno del partido vencedor. No es una idea descabellada. Evitaría muchos de los problemas que implica formar una mayoría y la obligación de tener que contar con otros partidos ajenos a sus propuestas para poder ser investido.
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