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Sin miedo a nada ni a nadie
RINCÓN POR RINCÓN ·
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RINCÓN POR RINCÓN ·
«Compartir cama con Vox es hoy por hoy un dolor de cabeza permanente. Deshace la mesura, alborota aquello que toda, desprende fobias y contamina sin descanso»En Pingüinos, la cita motera por excelencia, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, se paseó con su casco de moto impoluto. Él, de chupa bien ajustada y barba recortada, tenía en ese escenario una pose de vaquero repeinado, de ... aquellos que entraban por las puertas de doble bisagra envuelto en un aire atrevido y fanfarrón.
Se echaba de menos para la ocasión un mondadientes retorcido en la boca, el ojo guiñado, un revólver a la cintura y tacón un poco alto en los botines. La estampa, de ese modo, hubiera resultado perfecta rememorando quizá una película de época, en blanco y negro.
Un poco por ahí transita la figura del actual vicepresidente de la Junta, un político de esos que esconden sus miedos (y sus inseguridades, a partes iguales) con una especie de arrogancia desmedida, un atrevimiento descomunal y una inusual capacidad para organizar peleas de taberna. Parece un matón, ciertamente, pero aún tiene dientes de leche.
La política, la de verdad, exige curtirse en la calle, un asunto nada sencillo cuando se vive de espaldas a la totalidad de la sociedad a la que se representa. Gallardo se paseaba por Pingüinos como quien pisa la finca particular. Todo, con ese atrevimiento escenificado en su propia imagen: él, que llegó en coche oficial, mostraba con orgullo su casco de motocicleta. 'Sin miedo a nada ni a nadie', se podía leer en su leyenda.
No hay miedo a nada, seguro, y de ahí ese atrevimiento loco que lleva al vicepresidente de la Junta a lanzarse en alocados pronunciamientos, arremeter con ira contra los molinos de viento y lanzarse en tromba en una reconversión social que hoy por hoy carece de toda lógica y coherencia.
No es el problema Gallardo, ni su atrevimiento, ni sus desvaríos, ni su afán de protagonismo, ni sus alucinaciones, el problema es lo que supone esa grotesca forma de actuar y el efecto dominó que provoca sobre quienes forman parte de su entorno. Compartir cama con Vox es hoy por hoy un dolor de cabeza permanente. Deshace la mesura, alborota aquello que toda, desprende fobias y contamina sin descanso.
Hubo un tiempo en el que el PP se sentía cómodamente incómodo con la presencia de Ciudadanos en el gobierno, pero aquella comunión de intereses terminó en una interesada ruptura a la espera de beneficios electorales.
Hoy el PP reconoce los riesgos de cambiar de pareja a medio baile. De la moderación de aquellos tiempos ciudadanos a las estridencias de hoy, de aquel consenso y lógica a esta sensación de moverse a cada paso con un bidón de nitroglicerina en la mochila.
Solo en esa forma de entender la política se enmarca el lío de las medidas 'providas', singular forma de hablar del aborto. En su mundo fanfarrón y loco Gallardo ha comprometido a todo un ejecutivo autonómico, finalmente obligado a decir una cosa y la contraria, a endulzar políticas de la postguerra y a sacrificar su propio crédito para salvar la situación.
En ese mundo de arenas movedizas se encuentra hoy la política autonómica, epicentro de una tormenta creada desde su propio seno, alimentada desde su mismo corazón y finalmente alentada desde el Gobierno central consciente de que Vox y sus locuras son una diana realmente tentadora.
Mientras, en el patio de butacas de este circo de torpezas están los ciudadanos, perplejos ante una clase política que cada vez se aleja más de la calle. Eso sí, una clase política 'Sin miedo a nada ni a nadie' mientras se desciende de un coche oficial con el casco de una moto en la mano.
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