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Era verano de 2002 y un grupo de amigos de la prensa local decidió, como en no pocas ocasiones anteriores, acudir a un pueblo de la montaña leonesa coincidiendo con sus fiestas vecinales. Es cierto, hay gente a la que le gustan las verbenas populares, ... la fiesta en el 'prao' hasta altas horas y ese ambiente tan norteño que entremezcla el fresco de la madrugada con el aroma a chorizo recién frito en una parrilla sucia a reventar. Cosas que pasan.
De camino, el grupo, metido en un Renault 11 que pedía a gritos la jubilación anticipada, atravesó uno de los puentes sobre el río Curueño como paso previo al festín popular. Una operación nada arriesgada por la anchura del paso, que no presentaba compromiso alguno, y que se localizaba apenas cinco kilómetros antes del punto de destino. Varias horas después, con una imprudente ingesta de bebida local bien batida con sus cubitos de hielo, el eco de la música de los años ochenta rebotando en la cabeza, y algunas decenas de bocatas aliñados con aceite y brasa a buen recaudo, el mismo grupo inició el camino de regreso.
Fue un retorno plácido en plena madrugada hasta alcanzar de nuevo el citado puente. En ese punto el conductor, con enormes reflejos, detuvo la marcha al concluir que aquel viejo Renault 11 no entraba por el puente. Simplemente, era imposible. Adentrarse entre aquellos dos tibios muretes de piedra era una condena segura. El coche, de avanzar, acabaría con certeza en las frías aguas del Curueño.
La expedición de profesionales de la información decidió entonces medir, palmo a palmo, tanto la anchura del vehículo, como la del propio puente. En primer término el coche, incluyendo sus retrovisores. A continuación el vial de lado a lado. Todo con detalle y un coro de voces celebrando cada nuevo palmo que allí se sumaba. Fue una precisa medición se supone, que se repitió hasta en dos ocasiones. Y efectivamente la conclusión era inequívoca: el vehículo de ninguna forma podía entrar por aquel entonces minúsculo puente.
A la espera de recolocar la situación los afanados informadores durmieron durante varias horas en el interior hasta que el sol de la mañana comenzó a calentar los cristales. Fue el mismo sol que, son su calor, seguramente propició el ensanchamiento del maldito puente y al mismo tiempo permitió que, tras una nueva medición (mucho más serena en esta ocasión), efectivamente se concluye, ahora sí, el factible paso del Renault por el puente y el regreso a la capital.
El fenómeno puede parecer extraño, pero no lo es tanto. Apenas hace unas semanas los técnicos de Feve han podido comprobar cómo los túneles y los puentes de la vía estrecha, la misma por la que transitan los adorables trenes históricos, se habían redimensionado desde la primera medición.
Como en el caso de los compañeros periodistas la arquitectura tiende a estrecharse en determinados momentos temporales, lo que hace imposible poder calibrar de forma efectiva la medida, por ejemplo, necesaria para construir los nuevos trenes. La naturaleza, ya se sabe, tiende a complicar las cosas.
La realidad hoy es que Feve tiene trenes que no son capaces de avanzar sobre puentes y túneles. Simplemente, no entran por ellos, por mucho empuje que se les quiera dar. Para aliviar las conciencias es necesario recordar que lo sucedido en el caso de Feve no se debe a un error humano, sino una fehaciente reafirmación de que lo ocurrido en 2002 en aquella montaña leonesa fue un fenómeno plausible y repetible. ¿O quizá los avispados periodistas nunca debieron medir el coche con sus retrovisores?
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