El debate sobre la condición humana es la gran cuestión de nuestro tiempo. Alguien podrá objetar que es un debate eterno, de todos los tiempos, y de cualquier tiempo. Pero la diferencia ahora es que cualquier convicción del pasado es sospechosa y, por tanto, no ... hay ya terreno común de juego para dilucidar sobre lo humano. Todo está en disputa, todo se batalla.
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Una de las cuestiones que está bajo sospecha es el papel de la razón. En un reciente programa de 'Playz', en el canal digital de TVE, la activista afro feminista Rëhà Xustina, criticaba «el empeño del hombre blanco por racionalizarlo todo». Lo que antes era nuestro orgullo, ahora, según parece, es nuestro gran pecado.
Occidente, que ha llegado a estar donde está gracias a su apuesta por la razón, el método y un entendimiento de la justicia basado en argumentos, no en emociones ni presuposiciones, chapotea ahora en una pastosa 'mermelada sentimental', en acertada expresión de Josep Pla recuperada por el filósofo y pedagogo Gregorio Luri como título de su último libro.
Un 'sentimentalismo tóxico' (Theodore Dalrymple) que no solo ciega el juicio, sino que colapsa las arterias de nuestro sistema democrático con el colesterol de los discursos identitarios, los particularismos y los victimismos. La razón jurídica ya no es suficiente. Y no lo es, precisamente, por su neutralidad, que ya no es su gran virtud sino su gran carencia, porque conlleva falta de 'perspectiva'. El nuevo emotivismo reclama 'compromiso' a la vieja dama ciega de la balanza. La verdad legal debe someterse al sesgo, a la complicidad del 'yo sí te comprendo'. Y, cuando no lo hace, este Gobierno se ve legitimado para meterla en vereda vía indultos. Y somete la razón jurídica a la razón política (Cataluña), pero también a la solidaridad de género (Juana Rivas).
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Añadamos, además, que el emotivismo hiperprotector obstruye también la posibilidad de un adecuado entendimiento de lo humano. Nicholas Taleb lo explica con la palabra antifragilidad. Nuestro sistema inmune necesita someterse a las pruebas de estrés de la realidad para fortalecerse; si se lo evitamos, el resultado es una persona débil y quebradiza. Y algo parecido ocurre con muchos aspectos de nuestra vida social. El exceso de prevención, el afán de evitar todos los peligros, puede generar más efectos secundarios que beneficios. Como la experiencia del pasado nos demuestra una y otra vez: véase la Ley Seca. Pero, claro, el reconocimiento de que el pasado puede enseñarnos algo es otra de esas dimensiones de lo humano que ahora está puesta en cuestión. A nuestra vida pública le vendría bien una dieta estricta de sentimentalidad.
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