Grande-Marlaska. Efe

Mentiras arriesgadas

«Hemos asistido a un espectáculo, igual de soez e idénticamente obsceno, protagonizado por Fernando Grande Marlaska, un excelente juez que decidió tirar su prestigio por la borda»

Antonio San José

Valladolid

Jueves, 11 de junio 2020, 08:12

Habrá que recordar que Richard Nixon no tuvo que dimitir, en su día, por el espionaje del Partido Republicano al cuartel general de sus adversarios demócratas en el edificio Watergate de Washington, sino por haber mentido al país. Del mismo modo que Bill Clinton ... no tuvo que enfrentarse a un proceso de 'impeachment' por sus escarceos sexuales con la becaria Monica Lewinsky; en este caso fue también la falsedad de su testimonio ante la opinión pública el que estuvo a punto de terminar con su carrera presidencial. En Estados Unidos la mentira es el pecado letal de los responsables políticos y así ocurre en la mayor parte de las sociedades democráticas donde los valores y la honestidad son valores que se superponen a todos los demás.

Publicidad

En clave domestica, el Partido Popular perdió las elecciones de 2004 no por los terribles alentados del 11-M, sino por la gestión arrogante que hizo José María Aznar, intentando relacionar aquellos crímenes con ETA, cuando todas las evidencias conducían inexorablemente al terrorismo islamista. El inolvidado Alfredo Pérez Rubalcaba consiguió galvanizar a los electores con una frase que supo conectar de inmediato con la dignidad de los ciudadanos: «Nos merecemos un gobierno que no nos mienta». Al cierre de las urnas Mariano Rajoy supo lo que era morder el polvo en su primer intento a la presidencia y José Luis Rodriguez Zapatero preparaba las maletas para trasladarse al Palacio de la Moncloa.

Tengo para mi que en estos tiempos la sociedad española está más inmunizada contra la mentira que contra los efectos de la covid-19. Hemos llegado a un grado de indolencia colectiva en el que ya no otorgamos a la falsedad el gravísimo componente de desahucio político que los usos democráticos exigen. Un ejemplo lo tuvimos en el llamado 'Delcygate' cuando el ministro Ábalos se enredó en una maraña de mentiras que sólo concluyó cuando el estado de alarma, hace tres meses, nos encerró a todos en nuestras casas. Aquella visita esperpéntica de Delcy Rodríguez, la número dos del sátrapa venezolano Maduro, produjo un bochorno tras otro al comprobar que cada versión del titular de Transportes era desmentida por la tozudez de los hechos y los testimonios de los guardias que prestaron servicio aquella noche en el aeropuerto de Barajas.

Ahora, hemos asistido a un espectáculo, igual de soez e idénticamente obsceno, protagonizado por Fernando Grande Marlaska, un excelente juez que decidió tirar su prestigio por la borda y prestarse a configurar un relato ante los ciudadanos sobre la destitución del coronel Pérez de los Cobos que constituye, en si mismo, todo un insulto a la inteligencia. El vodevil del titular de Interior y la inane directora general de la Guardia Civil, nos ha dejado atónitos en cuanto a la comprobación de cómo se puede mentir con tamaño desparpajo, negando las evidencias documentales de una depuración, como si nada. Al final, todo consiste en aguantar el tirón de los medios de comunicacion y la oposición, y seguir adelante en la seguridad de que otro escándalo vendrá a embarrar el escenario y el foco girará en busca de nuevos protagonistas. La técnica de la 'cortina de humo' la tienen bien aprendida en Moncloa, tras haberse visto en un reclinatorio todas las temporadas de 'El ala oeste de la Casa Blanca'. También conocen a la perfección los enjuagues que utilizaba ese conspicuo personaje llamado Steve Bannon, ex-asesor de Donald Trump y especialista en acabar con los escándalos del inefable presidente con una receta que consiste, según sus propias palabras, en «llenarlo todo de estiércol». Así estamos.

Publicidad

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad