La memoria del corazón
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«Las manchas de las dictaduras, de las negras y de las rojas, como las moras, no son fáciles de quitar. Algunas no se van ni con salfumán»DRecordar es fácil para el que tiene memoria, pero olvidar es difícil para el que tiene corazón. Eso dice García Márquez, y no se equivoca. Es muy complicado saber en qué punto del corazón se aloja exactamente la memoria. Porque desde luego en la cabeza ... no está. Es por eso, a lo mejor, por lo que ajustar la memoria a los estrechos límites de una ley resulta también una ardua tarea. Muerta la censura, las leyes tal vez ya no nos dicen lo que podemos decir y lo que no. Pero sí nos empujan a pensar lo que tenemos que pensar. E incluso a recordar lo que tenemos que recordar. No hay vía de escape.
La última paradoja de las leyes de la memoria se encuentra precisamente en su concurrencia con otra ley. La de Amnistía de 1977. La de la vista al frente en lugar de la mirada atrás. Un texto que hoy el derecho internacional humanitario deja en entredicho: los crímenes de guerra, lesa humanidad, genocidio o tortura no prescriben. Ni tienen amnistía posible. Los socialistas, que en 1977 dieron el paso, de acuerdo con los comunistas, ahora están por olvidar el olvido. Y los populares, cuyos antecesores optaron por la abstención, quieren ahora mantener aquella ley como símbolo de la transición a la democracia. ¿Quién lo entiende? Más cerca en la memoria, hay quien ya ha pedido que se revise, de acuerdo con el derecho humanitario, quién va y quién no va a los actos de exaltación de etarras condenados por torturas. O por sus crímenes de 'guerra' contra el Estado español.
En 1978, un año después de aquella Ley de Amnistía, Félix de Azúa publicó su maravilloso ensayo 'Baudelaire y su obra', pensando que en aquellos momentos la modernidad del autor de 'Las flores del mal' era muy necesaria. Barcelona, entonces, era un rayo de luz cultural que iluminaba a toda España. Ahora que, 43 años después, vuelve a reivindicar la modernidad del francés, Azúa asegura que Barcelona ya no es tan divina. Y dice incluso que algunos ministros del Gobierno actual le recuerdan a los de Franco. «No hay motivos para la esperanza, sólo para la resistencia». Memoria no le falta.
Por lo que parece, lo de Barcelona no se arregla ni con las leyes de la memoria ni con los veinte millones que Iceta le ha regalado a Ada Colau para sus vicios culturales. Es normal. Si nos paramos a pensarlo, ¿qué son veinte millones si los comparamos con los mil que le va a tener que devolver Hacienda a Telefónica? Mil millones de euros, por cobros indebidos en los ejercicios de 2009 y 2010. Con un fraude así, da por pensar, aunque todo quede en casa (Telefónica también somos todos), si no sería conveniente que alguien tomara medidas. La memoria nos dice que entonces los reyes de Hacienda se llamaban Solbes y Salgado. Igual deberían exiliarse, aunque fuera durante un tiempo, a Dubai o a Emiratos. Por dar ejemplo.
El que sí parece que se exilia, porque en su país la memoria aún está muy por encima del derecho internacional, es el opositor cubano Yunior García. La mancha de la mora con otra verde se quita. Pero las manchas de las dictaduras, de las negras y de las rojas, como las moras, no son fáciles de quitar. Algunas no se van ni con salfumán. Se frota y se frota sobre la piel, pero nunca se termina de llegar al corazón. Y al final uno recuerda lo que le da la gana. Ahora, por ejemplo, a mí me parece recordar que era Schopenhauer el que decía que cada uno tiene memoria de elefante para lo que le interesa y memoria de pez para lo que no le interesa. O algo parecido. La memoria, como el corazón, tiene lo suyo.
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