Hace 27 años, el 14 de febrero de 1996, llegué a mi trabajo (era director de la Unidad Docente del Centro Penitenciario de Badajoz). No había oído nada de lo sucedido esa mañana y los funcionarios que me iban abriendo las puertas no me comentaron ... lo ocurrido. Al entrar en el módulo donde estaban los presos de ETA, uno de los compañeros me indicó que los terroristas estaban reunidos, en un rincón del patio, celebrando la noticia… ¿Qué noticia? «Esta mañana han asesinado a alguien, en Madrid».

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Yo tenía que entregar y supervisar unas pruebas de acceso en la UPV, a tres miembros de la banda. (La Universidad del País Vasco no era para todos los presos vascos, sino para los presos vascos de ETA). Los llamé, pero no me oyeron o no quisieron oírme. Me acerqué al grupo, estaban en un extremo del patio, oyendo las noticias en un transistor pequeño. Me miraron con desagrado, pero los tres reclamados se apartaron para seguirme hasta el aula. Durante el trayecto, uno de ellos se puso a mi altura: «¿Se ha enterado Ud.? Esta mañana le hemos dado matarile a un pez gordo». Recuerdo que no le contesté, después de muchos años con ellos, sabía que lo mejor era no comentar nada y poner cara de palo. Él se animó: «Era uno que había sido presidente de un tribunal que siempre falló contra nosotros». Llegamos al aula, les di las pruebas que, supuestamente, debía vigilar, pero como sabía que aprobarían con solo poner el nombre, los dejé y me acerqué al control donde estaban los funcionarios.

Un par de horas antes, habían asesinado a Francisco Tomás y Valiente, en su despacho de la Universidad Autónoma. Había sido presidente del Tribunal Constitucional y era catedrático de Historia del Derecho. Detrás de su mesa, sobre una tablilla, simulando un pergamino, había escrita una leyenda: «Cada vez que matan a una persona nos matan a todos un poco». Aquella mañana a todos nos mataron un poco, menos a él.

El asesinato lo habían planificado durante los días previos, sin excesivas precauciones porque Francisco Tomás y Valiente era un objetivo fácil. La banda se lo encargó a Jon Bienzobas, un pistolero de 27 años que ya acumulaba en su hoja de méritos haber disparado tres tiros en la cabeza, mientras desayunaba en una terraza, a Rafael San Sebastián. ETA lo eligió porque era un objetivo sin protección y sin precaución. Lo asesinaron porque trabajaba en Iberdrola y la banda quiso así enviarle una advertencia a la compañía eléctrica. Para el asesinato de Tomás y Valiente, Bienzobas siguió el mismo esquema de los tres tiros. Se hizo pasar por un estudiante de la Universidad Autónoma y sin ningún impedimento, llegó hasta la puerta del despacho. Llamó, la víctima, que estaba sentada en la mesa, dijo «sí», Bienzobas la abrió y desde allí disparó dos tiros. El tercero fue más cerca y apuntando directamente a la cabeza. «Hemos dado matarile a un pez gordo», expresión entre la alegría y la admiración que, con el «hemos» inclusivo, compartían también algo del mérito.

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Veintisiete años después, los que cogieron el testigo de la banda son aliados del Gobierno de España, al jefe, un tal Otegui, se le considera un 'hombre de paz' e interlocutor válido y fiable. Negocian, imponen sus exigencias y recogen las nueces para sostener al presidente del Gobierno… ¿Que es duro lo que escribo? Muy duro.

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