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El otro día entré en una cafetería en Zamora y era inevitable que la mirada se fuera hacia unas paredes de cristal que limitaban el local. Seguro que saben de qué les hablo. Esos espacios acotados estuvieron muy de moda durante un tiempo, al inicio de la entrada en vigor de la 'ley del tabaco'. En aquella época a algunos hosteleros les resultó interesante la inversión, supongo que nada desdeñable, con tal de mantener a los fumadores entre su clientela.

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La administración decidió entonces aplicar una normativa salomónica que trataba de contentar a todos. Siempre y cuando el empresario hiciese frente a una reforma del local, se podía fumar en esa especie de peceras. Esa medida 'pseudopermisiva' con los fumadores duró poco tiempo y los hosteleros se tuvieron que 'comer' las inversiones. Ahora se les pide que instalen puertas con cierre automático y que las mantengan siempre cerradas, da igual que hasta hace tres días se les exigiera tenerlas abiertas por un tema de salud.

Es evidente que algo hay que hacer con la dependencia energética. Me temo que, sin necesidad de que lo pida el Gobierno, todos vamos a controlar el termostato este invierno, a encender menos las luces... También los comerciantes, en su mayoría autónomos como mi cuñada, propietaria y única empleada de una papelería en un pueblo de Valladolid, que no sabe si la puerta que tiene vale o la tiene que cambiar; si debe ser automática o puede ser de autocierre; o si dentro de unos meses la inversión caerá en saco roto como la de las zonas de fumadores. Muchas incógnitas, pero una certeza: las cuentas no salen y no son tiempos para gastos superfluos. La arbitrariedad nunca es buena, pero menos cuando se aplica a golpe del talonario de los otros.

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