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La entrada del actual equipo de Gobierno municipal coincidió con el sano propósito de frenar el calentamiento global y mejorar el aire de las ciudades. Para lograrlo, tomaron algunas medidas cuyos beneficios están por ver ya que, según mi humilde criterio, han empeorado el tráfico ... sin haber resuelto ninguno de los problemas que existían antes de su llegada.
Tal y como lo veo yo, el panorama de la capital son carriles bicis por los que casi nadie circula y atascos del carajo la vela que sufren miles de conductores día tras día. Y aunque es posible que todo se asiente con el transcurrir del tiempo, dudo que logremos esa urbe libre de humos que todos nos merecemos.
Si las restricciones al tráfico rodado hubieran cabreado solamente a los automovilistas la cosa no sería muy grave, porque a todo se acaba acostumbrando el personal. Lo que algunos no terminamos de asimilar es que ahora haya más carriles bicis que nunca y no sea infrecuente toparse con una por la acera o ser arrollado por un patinete que circula a toda leche.
Y no vale quejarse porque se da por hecho que los usuarios de ambos artilugios son más ecologistas que el paseante, y pueden circular por donde le venga en gana usando vehículos que contaminan menos que dar palmadas en el campo. Es posible que el aire que respiramos haya mejorado, pero algunas aceras son hoy casi tan peligrosas como caminar a pie por el borde de la autopista.
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