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Médicos y enfermeras
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«Bastante hace la gente de los pueblos pequeños resistiendo en medio de tantas adversidades»Los niños juegan a médicos y enfermeras. La Junta también. Qué semanita. Un culebrón. Imagino que seremos la envidia del resto de las comunidades, en especial de las muy pobladas. Todos queremos más y la gente de los pueblos no se conforma con ... nada. Médicos, enfermeras, auxiliares, veterinarios, curanderos y masajistas. Y todo a cargo del erario público. Un poco de orden, pueblerinos, que tenéis la boca como bocino de pajar.
Mientras arreciaba la polémica, me frotaba las manos en el hospital, cuidando del tío Venancio y leyendo en El Norte las declaraciones de unos y otros. Hasta que la señora consejera dijo que no, que se trataba de una broma y de un cálculo mal hecho. Qué sentido del humor más fino. Fue una pena porque aquello adquiría visos de drama. En la habitación de mi tío estaba también el señor Anselmo, otro viejecito de 95 años lleno de achaques y con el cuerpo casi paralizado, pero con mucho genio; precisaba cuidados cada poco tiempo. Cuando no estaba alguna de sus nietas, a veces me ofrecía a echar una mano si la tarea era de poca monta, pero si el asunto exigía cierta especialización, me inhibía. Y, entonces, el señor Alselmo llamaba irritado a las enfermeras: chicas, chicas, o venís o me escapo. Para hacer carreras estaba él con lo que le costaba dar un solo paso. La misma retranca que gasta el señor Anselmo es la que gasta nuestra consejera.
La gente de los pueblos no se doblega. Uno imagina que se trata de estrategias, de globos sondas, de amenazas solapadas que anuncian lo que puede venir. Y al poco de comenzar la legislatura. Si ya lo tenían pensado, lo podían haber incluido en las promesas electorales. Habitantes de los pueblos pequeños, sería mejor que os agruparais porque con tantos pueblos desperdigados sois un engarrio para la administración, una sangría. Nos lleváis a la ruina. A quién se le ocurre vivir en un pueblo de doscientos habitantes y encima querer disponer de un médico dos días a la semana. Agrupémonos todos en la lucha final.
Imagínense ustedes que un madrileño se pone enfermo, acude al ambulatorio y le atiende una enfermera. Se montaría un cisma. Y eso que las enfermeras son grandes profesionales. Grandísimas. Pero el diagnóstico es un asunto muy delicado. Y, sobre todo, que los principios de igualdad deben ser inamovibles. Bastante hace la gente de los pueblos pequeños resistiendo en medio de tantas adversidades.
En todo caso habría que buscarles incentivos para que siguieran. Gracias a ellos, el desierto es menos desierto y los caminos no han sido borrados del todo por la hierba. Si ellos se marchan el Lejano Oeste estará en Soria o en La Raya de Portugal.
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