Mayoría entre hilvanes
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El Gobierno promovido por Sánchez e Iglesias no garantiza la necesaria estabilidad y confirma la mala gestión de ambos tras el 28-ASecciones
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El Gobierno promovido por Sánchez e Iglesias no garantiza la necesaria estabilidad y confirma la mala gestión de ambos tras el 28-APedro Sánchez y Pablo Iglesias alcanzaron ayer un preacuerdo político para la investidura del secretario general del PSOE y la formación del primer Gobierno de coalición desde el arranque de la Transición. Ambos líderes suscribieron una declaración de intenciones que les compromete al pacto, pero ... que ni siquiera llega a enunciar las líneas de acción programática del Ejecutivo que pretenden poner en marcha, para el que necesitan el respaldo del PNV y otros grupos nacionalistas y regionalistas, así como varias abstenciones aún por cerrar. La celeridad con la que Sánchez e Iglesias intentaron salir al paso de otras fórmulas de Gobierno y de las especulaciones consecuentes contrasta de forma clamorosa con la impasibilidad mostrada por el presidente en funciones tras el 28-A hasta abocar al país a unas segundas elecciones, absolutamente innecesarias, como demuestra el compromiso ahora alcanzado. También choca con los mensajes de equidistancia hacia su izquierda y su derecha que el candidato socialista mantuvo hasta el último día de campaña. Quienes ayer se conjuraron para constituir un Gobierno sumaron diez escaños menos en las urnas el pasado domingo que en abril, con un arco parlamentario aún más fragmentado y las opciones de centro-derecha lastradas por el auge de Vox. De modo que la instantánea de ayer, que rememoró el retrato de los dos mismos dirigentes firmando un acuerdo presupuestario para el presente año rechazado finalmente por el Congreso, dejó en evidencia la desastrosa gestión que ambos hicieron de los votos obtenidos en abril. Aunque deberá ser Pedro Sánchez quien se retraiga de muchas de sus palabras, que le llevaron a vetar a Iglesias este verano para acabar realzando sus diferencias con Unidas Podemos y desechar un Gobierno de coalición en busca de la «mayoría cautelosa». Hoy siguen ahí los problemas a los que se refirió el presidente en funciones para rehuir un pacto con Iglesias, en la esperanza de que el 10-N le concedería un mayor margen de maniobra. Y aunque en términos relativos y en escaños Unidas Podemos ha perdido más apoyos que el PSOE, este no tiene otra salida que concederle a Iglesias lo que le negó en julio y septiembre pasados –incluida una vicepresidencia– para alcanzar «un Gobierno rotundamente progresista».
LA «PROMESA DE LEALTAD» que ayer escenificaron Sánchez e Iglesias no asegura ni una alianza coherente desde el punto de vista programático, ni una mayoría suficiente como para garantizar la estabilidad ni un punto de partida idóneo a la hora de entretejer pactos de Estado. Cada uno de los diez puntos de la declaración de intenciones contiene, en el fondo, todo un catálogo de desavenencias que ambas formaciones debieran superar de inmediato, empezando por la cuestión crucial del déficit público y el alcance de la reforma laboral. Además, tanto el trámite de investidura como la gobernabilidad posterior obligan a los promotores del nuevo Gobierno a recabar apoyos mediante su consiguiente negociación y concesiones, sin que la aritmética parlamentaria ofrezca un sinfín de posibilidades. La necesidad de un horizonte consensuado sobre el sistema de pensiones, sobre la financiación autonómica en un Estado que centrifuga su naturaleza social o sobre la política europea y exterior se convierte en la dificultad añadida a la que se enfrenta el acuerdo Sánchez-Iglesias. Aunque su obstáculo inminente se encuentra en la crisis catalana. «Fomentar el diálogo en Cataluña buscando fórmulas de entendimiento y encuentro, siempre dentro de la Constitución», como establece el documento, es un desiderátum hoy imposible.
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