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El Centro comercial El Corte Ingles durante el Dia de la Madre. Gabriel Villamil
Maternidad bajo sospecha

Maternidad bajo sospecha

«Los nuevos gestores colocaran, cada vez más, la vida privada en el punto de mira de sus preocupaciones»

Vidal Arranz

Valladolid

Domingo, 12 de mayo 2019, 08:39

Es difícil determinar el día exacto en el que los ciudadanos de las democracias occidentales conferimos a nuestros gobiernos el poder de inmiscuirse en nuestra vida privada, costumbres y preferencias vitales. Lo que sí podemos es sugerir que el proceso debió comenzar en torno a Mayo del 68 y su célebre proclama «lo personal es político». Por entonces la frase tenía una dimensión constructiva, que animaba a entender que había muchas formas de intervenir en la realidad social, y una de ellas era la libre elección del comportamiento propio. Pero era solo una cuestión de tiempo que la frase se transformara en «lo político se construye en lo personal», de modo que los nuevos gestores colocaran, cada vez más, la vida privada en el punto de mira de sus preocupaciones. Tanto más cuanto más hubieran convertido el cambio social en su principal propósito.

La política de lo personal era aparentemente barata –aunque luego descubrimos que requería ingentes cantidades de dinero destinado a (re) educación– pero, sobre todo, era una excelente plataforma para erigir nuevos púlpitos desde donde satisfacer la eterna necesidad social de referencias sobre el bien y el mal. Creíamos habernos librado de esa cosa tan antigua llamada moral, pero los nuevos activistas políticos descubrieron que, con un adecuado maquillaje, ahí había un filón. El bien supremo pasó a ser la igualdad, y el sexismo, machismo, xenofobia y homofobia se convirtieron en los nuevos rostros de lo demoníaco.

Como en los viejos integrismos, a medida que la rigidez avanza, y conquista el espacio de las leyes, el espacio de la libertad se reduce. Y del mismo modo que llegó a considerarse indecente, y objeto de multa, besarse en la vía pública, hoy tenemos a todo un señor Gobierno regional valenciano expedientando por sexismo una campaña de El Corte Inglés sobre el Día de la Madre. Y todo por atreverse a elogiar su capacidad de abnegación y sacrificio, ya ven ustedes qué barbaridad. Que muchos hayamos admirado tales cualidades en las nuestras, reconociéndolas como virtudes inspiradoras para nosotros mismos, es una cuestión irrelevante, al parecer. Lo malo es el estereotipo, grave pecado que lo mismo vale para un roto que para un descosido.

A la postre, no obstante, estos excesos ayudan a desenmascarar a los justicieros y nos revelan sus obsesiones: antes, el poder perturbador del sexo; ahora, la peligrosa querencia de las mujeres por los hijos. Otro día hablaremos de la alergia a la maternidad y la familia (entendidas como causa de los problemas de la mujer) que abunda en los escritos de feministas como Simone de Beauvoir, Kate Millet, Shulamith Firestone, o Gayle Rubin. Hoy nos limitaremos a recordar la indignación que tales reflexiones suscitaban en la primera ministra israelí Golda Meir: «¿Cómo se puede aceptar a locas como esas, para quienes quedar en cinta es una desgracia y tener hijos una catástrofe? ¡Si es el privilegio mayor que nosotras, las mujeres, tenemos sobre los hombres!». Lo dijo en 1972. Hoy la habrían expedientado.

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