Matarse

Este periódico lo especificaba: un aumento de un 4,5% de suicidios en la región es un dato lo suficientemente revelador. El suicida, y rebato al maestro, no es un impaciente; es quien más sufre el hastío de los días o es a quien el vivir ya se le hace insoportable. Es cuestión de todos poner freno a un tabú que, solo en 2020, se llevó a 228 paisanos. Y duele más aún si se comprueba que la tasa es altísima entre los más jóvenes. Podría yo hilar un tratado sobre la necesidad de vivir, sobre la pulsión de vivir, sobre mis dos tíos a los que nadie alertó de que padecieran la pulsión de Tánatos; en un balcón o una botella.

Y no hay reproche moral. No lo hay porque el gremio mío es una cantera de de vida en muerte: leo el excelente ensayo 'La letra herida. Autores suicidas, toxicómanos, y dementes', de Toni Montesinos en Almuzara, y entiendo que la crítica literaria llega, y puede llegar, a rincones no explorados de la Psicología. A Freud le falló la prosa, qué vamos a hacer.

La cuestión es atajar el problema, dejarnos de meditar e ir a lo inmediato: el aquí y ahora. El goce razonable de lo que sea, según mi psiquiatra.

Confundir mortalidad y trascendencia nos pierde.