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Un cocodrilo en el Pisuerga, un corzo por Puente Colgante, un caballo holandés enano en Montero Calvo, un mastodonte en Las Contiendas. ¿Qué será lo próximo? ¿Un unicornio en el Pinar? ¿Un chupacabras en el Cerro San Cristóbal? ¿Un presidente en el palco de Zorrilla? Uno no deja de sorprenderse. Dicen los que se lo encontraron que ya vieron algo raro en ese lugar en 2023, pero que con las lluvias de los últimos días decidieron volver -o eso he creído entender- para fisgar un poco hasta encontrarse finalmente con algo «alargado, parcialmente enterrado, de sección circular y desarrollo troncocónico». No sé, si yo me encuentro algo con esas características pienso que es un capirote de uno de la Sagrada Cena. Como mucho un resto de gnomo. Pero no valoro la posibilidad de que sea un cuerno de mastodonte, llámenme raro. Aquí águilas, conejillos, algún zorro. Pero criaturas de la era terciaria, las justas. Pero lo que más me sorprende es el relato posterior: «Cogí un piolet, una espátula y el cepillo de una escoba y subí para arriba», relata nuestro intrépido vecino. A mí lo que me llama la atención de todo esto no es que alguien decida ir a desenterrar una piedra con forma de cono en Las Contiendas, tampoco que sepa el significado de la palabra 'troncocónico' y mucho menos que tenga recuerdos de una cosa que vio por el campo hace dos años y pico. A mí lo que me llama la atención es que alguien tenga en casa un piolet. A no ser que nuestro vecino sea un comunista admirador de Ramón Mercader, en cuyo caso entra dentro de lo normal e incluso de lo deseable, son sus tradiciones y hay que respetarlas. Porque yo en mi casa no tengo piolets, qué le vamos a hacer. También es cierto que tampoco tengo espátulas. Y que no escalo, ni subo a Las Contiendas, ni tengo perros, ni nada. Los únicos huesos que tenemos en San Andrés son los que salían a veces en la calle Párroco Domicio Cuadrado, antes 'Detrás de San Andrés', antes aún calle de 'La Calavera' y hoy, popularmente, calle de 'El Colmao'. Pero es que ya lo dice el nombre, si una calle se llama 'de la Calavera' pues quizá haya que sospechar un poco. En nuestro caso no hay misterio, eso ha sido siempre el cementerio de la parroquia. Y teniendo en cuenta que tiene nueve siglos -ya era una ermita en el 1100- ha dado tiempo a enterrar a mucha gente en el jardín de casa. Muchos de ellos por parte de la Cofradía Penitencial de la Vera Cruz, que daba sepultura en dicho cementerio a los ajusticiados de la ciudad. Entre ellos a Álvaro de Luna, válido de Juan II, que posteriormente fue trasladado a la catedral de Toledo en la que actualmente descansa. Sin cabeza, eso sí. Que no se puede tener todo. De eso sí que tenemos en San Andrés, cabezas de ajusticiados, validos de Trastámaras e incluso Austrias orantes -la iglesia la renovó el confesor de Margarita de Austria, Mateo de Burgos, comisario general de la orden de San Francisco-. Pero mastodontes, lo que se dice mastodontes, pues no tenemos.
Y ojo, que si ha aparecido ese bicho, es posible que aparezcan más. Quién sabe si tenemos ahí un pequeño Atapuerca proboscídeo, con mamuts, elefantes o smilodons, esos extraños tigres con colmillos. Tiene quince millones de años, dicen. O sea, que cuando el mastodonte vivió por aquí ya se habían extinguido los dinosaurios hacía cuarenta millones de años, milloncejo arriba, milloncejo abajo. Que aquí hablamos de millones de años como si fueran cuartos de hora. Aunque puestos a pedir, a mí me gustaría que apareciera un entelodon, ese jabalí gigante, para hacer feliz a nuestros cazadores. O una stupendemys, que era una tortuga de río de tres metros, que si te la pillan en 'El Poli', en Pajarillos, lo mismo te hacen una caldereta con la salsa de los caracoles. Que, por cierto, quién los pillara. Delfines por la Esgueva, nutrias gigantes en el Pisuerga o incluso un presbyornis, que era un bicho con cuello de flamenco, como Javi 'Pichas' 'avant-la-lettre', paseando poderoso por la Rondilla.
No somos una ciudad antigua. Cuando Valladolid se funda, Cádiz tiene más de dos mil años. En realidad, Valladolid debe su desarrollo a que el frente de la Reconquista ya está en Toledo y los reyes y sus cortes prefieren establecerse en lugares nuevos, seguros y fértiles. Pero, desde luego, estas cosas vienen a recordarnos que no somos dueños sino hermanos menores de cuanto vemos. Antes de esos animales, estuvieron los dinosaurios campando a sus anchas. Hay restos -mal conservados- de pequeños ejemplares en Villanueva de los Caballeros, en Torozos y en Santibáñez de Valcorba. Es cuestión de tiempo que aparezcan más. Y luego recuerdos, como vemos, de la era terciaria. Y lo que no sabemos aún. Estas cosas me ponen los pelos de punta, nos recuerdan nuestra irrelevancia, la dimensión exacta de nuestra soberbia y de nuestra ignorancia y lo minúsculo que es todo. Esta tierra estaba antes de nosotros y estará después. Así que si un día vas por Las Contiendas y te topas con algo extraño —un diente enorme, una piedra afilada, un hueso que no parece de vaca— no lo ignores. Agacha la espalda, como nuestros vecinos, sopla un poco el polvo y piensa que, tal vez, no es una rareza aislada, sino una nota más en la sinfonía de lo que fuimos. Valladolid tiene memoria bajo sus suelas, aunque a veces no la escuchemos. Y quién sabe, lo mismo dentro de unos milenios, un futuro vecino se encuentra una cazadora North Face fosilizada, una tosta de la Cárcava entre dos piedras o restos perfectamente conservados de un piolet olvidado junto a un cepillo de escoba y una espátula. Una estampita del Nazareno, una croqueta de River Valley, una tortilla de Ángel el de 'El Postal'. Todo encaja. Al fin y al cabo, hay cosas que solo pueden pasar aquí, en esta ciudad donde lo improbable es rutina, lo prehistórico está a flor de tierra y lo histórico a flor de piel. Y donde, si te despistas, igual un día te tropiezas con un rastro de ti mismo, fosilizado en las baldosas de ayer, junto al hueso de un mastodonte y una servilleta de la feria de día. Por mi, es suficiente.
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Francisco González
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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