Secciones
Servicios
Destacamos
Desde el pasado sábado la mascarilla es un elemento más del atuendo diario. Quién lo diría rememorando aquellas palabras que recordaban insistentemente la nula urgencia de este elemento de protección. Y todo, atendiendo a que la misma proporcionada una «falsa sensación de seguridad» (cita textual).
De aquel entonces a la actualidad los hospitales se han llenado de pacientes y se han vuelto a vaciar y las cifras de fallecimientos han llegado a cantidades insoportables para cualquier conciencia humana. Un solo fallecimiento provoca un dolor incalculable, cientos simplemente dejan una cicatriz imborrable, de esas que se extienden a lo largo de la historia.
Fueran aquellas palabras parte de un contexto discutible o se enmarcaran en el discurso de un atroz desconocimiento sobre las singularidades de la propia enfermedad la realidad hoy es que la mascarilla es todo un escudo protector, a la misma altura que la distancia social o el gel desinfectante al que tanto nos hemos acostumbrado.
La pandemia ha avanzado en medio de una lucha encarnizada ante un virus inmortal por el momento y que ahora solo parece sumido en un remanso del que promete rebrotar más pronto que tarde. Ese avance y ese día a día han estado salpicados de errores estratégicos, algunos de un calado enorme.
Hubo un tiempo en el que se compraba material en China y luego se demostraba que era una mala e inútil imitación, y todo ello mientras las eficientes fábricas nacionales estaban paradas simplemente porque nadie decidió frenar el vértigo para actuar con eficiencia.
Se han cometido tantos y tantos errores que solo el tiempo dará la perspectiva suficiente para el análisis y el aprendizaje de los mismos. Algunos fueron comprensibles, simplemente porque actuar ante lo desconocido conlleva fallos en los cálculos y desde luego calibraciones erróneas en las estimaciones. Otros fueron fallos impropios de las diferentes administraciones que han tenido que hacer frente a la pandemia (no conocer el número exacto de fallecidos, por ejemplo, es una catástrofe).
Quede anotado todo ello en el 'debe' de quienes han estado moviendo el timón a derecha e izquierda sin poder encontrar el rumbo deseado y conste que en el 'haber' existen acciones de mérito que se minimizan por el dramatismo que acompaña a todo lo vivido.
Superada esa fase, a la que habrá que volver cuando el tiempo ofrezca un aire limpio al respirar, queda ahora mirar hacia la sociedad en su conjunto porque de ella depende hoy más que nunca el futuro inmediato.
Nuestro sistema económico no soporta un nuevo confinamiento, no cabe volver a cerrar la puerta de la calle para refugiarse bajo la cama porque si eso se diera la pobreza sería de tal calibre que seguramente no merecería la pena volver a girar la llave del pestillo.
No hay capacidad económica para mantener activo el esqueleto económico y no existe vacuna que lamine a un virus extraordinariamente virulento si se le facilita el camino.
Ese realismo nos obliga a caer en una reflexión que no admite doblez alguno: no existe más antídoto para el coronavirus que la propia sociedad y el modo en el que debe actuar. Esta vez, si caemos no habrá disculpas. Será única y exclusivamente nuestra culpa. De nadie más.
De ahí la importancia de encauzar la nueva normalidad con las cautelas propias de la situación. Apenas son tres cosas, pero tan efectivas... Mantenga la distancia social, no descuide la higiene de manos y, por supuesto, use la mascarilla desde el desayuno hasta el último aliento del día. Algo tan básico y tan sensato nos ayudará a no caer en el abismo. El mismo abismo donde estábamos no hace tanto y ahora parece que hemos olvidado.
Noticia Relacionada
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.